ILIANA SCHEGGIA
Plateado sobre plateado
A la manera de Malevich, con recursos novedosos y privilegiando la pureza de la imagen, la artista revela su íntima búsqueda por plasmar la memoria como camino para demostrar la existencia misma.
Cuán translúcido es el cristal con el que la nostalgia nos permite ver el pasado?, ¿se trata realmente de un cristal, o es acaso un caleidoscopio que distorsiona, estalla y deslumbra, o mejor: un espejo retrovisor, que dispone nuestro rostro sobre el paisaje de lo que hemos dejado atrás? El término silver screen (pantalla plateada, en traducción literal), que hoy se utiliza para hacer referencia a cualquier tipo de pantalla de proyección, y cuya denominación original tenía que ver con el contenido de plata (Ag) utilizado en las telas sobre las que se disparaban las primeras películas, es ideal para empezar a reflexionar en torno a Bolero, la individual con la que Iliana Scheggia (Lima, 1972) hace su debut artístico. Silver screen, pantalla de plata: divas de bucles grandes y vestidos largos, suspiros en la platea, bellas imágenes en una escala de grises sumamente delicada, un viejo y candoroso film romántico como metáfora de aquello que nos deja la ecuación de la nostalgia y la memoria. Cosa de fantasmas
La exposición se complementa con el "soundtrack" elegido por la artista: una cinta de audio manipulada digitalmente que repite en un loop el fragmento de un bolero cantado por Omara Portuondo. Pero ojo: la cinta no sólo repite la voz, repite también la sección instrumental: las cuerdas, las teclas, los metales. Sí, sobre todo los metales, que parecen chorrear, no sin ironía, de las planchas de acero colgadas en las paredes. Además de la música, en la sala más pequeña de la galería se disponen una serie de planchas, también de acero, aunque de menor dimensión, que no lucen imágenes sino textos: fragmentos de diversos boleros que operan como los títulos en el cine mudo, solo que acá esos títulos no le aclaran la situación a la audiencia, ni le muestran una conversación importante. Simplemente se detienen en el incómodo límite entre dolor y cursilería, y cuestionan al espectador. No por nada Scheggia abre la muestra con un escueto y elocuente texto de Guillermo Cabrera Infante: "La nostalgia es sólo un mecanismo de la memoria". Adiós al blanco sobre blanco Hay una fascinación por las utopías del suprematismo en el trabajo de Scheggia. La limpieza de la imagen; una cierta pureza; la idea de que las obras no serán la repetición de los objetos que habitan la vida sino que serán en sí mismas objetos con vida. O, en su caso, aparatos conceptuales cargados de sugerencia. El cuadrado blanco sobre el fondo blanco de Malevich ha sido reemplazado, pero la superposición de los plateados habla también de esa vieja ambición. Una ambición que se repite constantemente en Bolero. Como se repite la música que suena en la sala, como el paso continuo del negativo al positivo en los dípticos pequeños, como algo que se borra y aparece de nuevo, elusivamente, o como el acero asfixiante que nos enrostran las piezas. Estamos ante una exposición importante no sólo porque sobrepasa la anécdota de la ruptura sentimental. Bolero se prende con fría furia del equilibrio de tensiones entre memoria y olvido, un equilibrio sustentado, a su vez, en otro equilibrio de tensiones: la emoción y la razón, la vibración del trabajo físico y el metálico rigor conceptual. (*) Diego Otero (Lima, 1973) es poeta y periodista. Ejerce la crítica de arte en El Dominical, el suplemento cultural del diario El Comercio, desde 1999.
Iliana Scheggia nace en 1972 en Lima, Perú. En 1999 inicia la carrera de Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes Corriente Alterna, Lima, de donde egresa en el 2004 con la Medalla de Oro de su promoción. |