ILIANA SCHEGGIA

Plateado sobre plateado

Por Otero, Diego
ILIANA SCHEGGIA

A la manera de Malevich, con recursos novedosos y privilegiando la pureza de la imagen, la artista revela su í­ntima búsqueda por plasmar la memoria como camino para demostrar la existencia misma.

Cuán translúcido es el cristal con el que la nostalgia nos permite ver el pasado?, ¿se trata realmente de un cristal, o es acaso un caleidoscopio que distorsiona, estalla y deslumbra, o mejor: un espejo retrovisor, que dispone nuestro rostro sobre el paisaje de lo que hemos dejado atrás? El término silver screen (pantalla plateada, en traducción literal), que hoy se utiliza para hacer referencia a cualquier tipo de pantalla de proyección, y cuya denominación original tení­a que ver con el contenido de plata (Ag) utilizado en las telas sobre las que se disparaban las primeras pelí­culas, es ideal para empezar a reflexionar en torno a Bolero, la individual con la que Iliana Scheggia (Lima, 1972) hace su debut artí­stico. Silver screen, pantalla de plata: divas de bucles grandes y vestidos largos, suspiros en la platea, bellas imágenes en una escala de grises sumamente delicada, un viejo y candoroso film romántico como metáfora de aquello que nos deja la ecuación de la nostalgia y la memoria.
Pero detengámonos en la estrategia discursiva empleada por Scheggia. La realización del proyecto parte de una dinámica casi escénica: una sesión fotográfica con dos modelos que no se conocen y que deben tocarse. La artista requerí­a del pudor, de las tensiones fí­sicas y quí­micas entre ambas personas. Y requerí­a también de los gestos más í­ntimos: porque todas las imágenes de las que parte Bolero son primeros planos, registros minuciosos e implacables de los trasiegos emocionales. Una lección acaso aprendida en propuestas cinematográficas clásicas, como el Juana de Arco de Dreyer, o autorales, como Escenas de la vida conyugal, de Bergman. Pero las imágenes fotográficas son solo un punto de apoyo. Scheggia transforma las fotos en grabados, y decide no imprimir sobre papel sino sobre sólidas planchas de acero, de manera que se empiezan a definir las reglas de juego del proceso, que son las de la paradoja: la casi literal oxidación de una relación de pareja sobre un material inoxidable; lo aséptico soportando al nervio; la frialdad de una de las partes y la desesperación de la otra.

Cosa de fantasmas

La exposición se complementa con el "soundtrack" elegido por la artista: una cinta de audio manipulada digitalmente que repite en un loop el fragmento de un bolero cantado por Omara Portuondo. Pero ojo: la cinta no sólo repite la voz, repite también la sección instrumental: las cuerdas, las teclas, los metales. Sí­, sobre todo los metales, que parecen chorrear, no sin ironí­a, de las planchas de acero colgadas en las paredes. Además de la música, en la sala más pequeña de la galerí­a se disponen una serie de planchas, también de acero, aunque de menor dimensión, que no lucen imágenes sino textos: fragmentos de diversos boleros que operan como los tí­tulos en el cine mudo, solo que acá esos tí­tulos no le aclaran la situación a la audiencia, ni le muestran una conversación importante. Simplemente se detienen en el incómodo lí­mite entre dolor y cursilerí­a, y cuestionan al espectador. No por nada Scheggia abre la muestra con un escueto y elocuente texto de Guillermo Cabrera Infante: "La nostalgia es sólo un mecanismo de la memoria".
Bolero, así­, se exhibe como un extraño experimento con la intimidad. Imágenes en tonos de plata sobre un fondo plateado, y los reflejos que disparan esas imágenes. Reflejos que son fantasmas y que repiten sin cesar una sola frase: el recuento de una historia puede hacerse de mil formas distintas, y cada una de esas mil formas puede ser cierta, a la larga. En ese sentido, cuando uno camina al lado de las piezas, sobre todo de las de gran formato -que son rectangulares y amplias como un ecran, y divididas en cuadrí­culas como un rompecabezas-, ve, conforme cambia el ángulo de visión, cómo cambia también la textura, el tono, la forma. "Somos lo que hemos hecho", ha dicho Iliana Scheggia respecto del sentido final de esta exposición, "y si olvidamos todo lo que hemos hecho, desaparecemos, nos hacemos fantasmas". Pero la memoria, y Bolero nos lo dice también entre lí­neas, es una casa con pasadizos secretos. De ahí­ la pertinencia del rompecabezas como un guiño en el sistema expresivo. ¿Nos debemos guiar por la armoní­a, por el orden, para saber si estamos reconstruyendo bien nuestra historia?

Adiós al blanco sobre blanco

Hay una fascinación por las utopí­as del suprematismo en el trabajo de Scheggia. La limpieza de la imagen; una cierta pureza; la idea de que las obras no serán la repetición de los objetos que habitan la vida sino que serán en sí­ mismas objetos con vida. O, en su caso, aparatos conceptuales cargados de sugerencia. El cuadrado blanco sobre el fondo blanco de Malevich ha sido reemplazado, pero la superposición de los plateados habla también de esa vieja ambición. Una ambición que se repite constantemente en Bolero. Como se repite la música que suena en la sala, como el paso continuo del negativo al positivo en los dí­pticos pequeños, como algo que se borra y aparece de nuevo, elusivamente, o como el acero asfixiante que nos enrostran las piezas. Estamos ante una exposición importante no sólo porque sobrepasa la anécdota de la ruptura sentimental. Bolero se prende con frí­a furia del equilibrio de tensiones entre memoria y olvido, un equilibrio sustentado, a su vez, en otro equilibrio de tensiones: la emoción y la razón, la vibración del trabajo fí­sico y el metálico rigor conceptual.

(*) Diego Otero (Lima, 1973) es poeta y periodista. Ejerce la crí­tica de arte en El Dominical, el suplemento cultural del diario El Comercio, desde 1999.

Iliana Scheggia nace en 1972 en Lima, Perú. En 1999 inicia la carrera de Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes Corriente Alterna, Lima, de donde egresa en el 2004 con la Medalla de Oro de su promoción.
Ha expuesto su obra desde el año 2001, destacándose la muestra bipersonal Geo realizada en la Sala Luis Miró Quesada Garland (Lima. 2005) y Bolero, su primera muestra individual presentada en la Galerí­a Artco (Lima. 2006.).
Exhibe, además, de manera permanente la instalación en la Escuela Corriente Alterna. Iliana Scheggia es representada por la Galerí­a Artco en Lima, Perú.