EDUARDO CARDOZO
La Geometría de la Incertidumbre

Nacido en Montevideo el 19 de abril de 1965, egresó a los 24 años del taller de Ernesto Aroztegui en la Escuela Nacional de Bellas Artes. Estudió también durante cuatro años en la Facultad de Arquitectura y paralelamente, grabado con Luis Camnitzer. Cuando Eduardo Cardozo (Montevideo, 1965) obtuvo el Gran Premio del Salón Nacional de Artes Visuales (2004) aseveramos que su pintura era la antítesis del arte decorativo y de fácil asimilación. Estos trabajos son un paisaje de ideas, pero no de las puras ideas abstractas, sino de los pensamientos muelles y aletargados, quizás una pintura que padece en carne propia la ausencia de sentido histórico.(1) Esa carencia de sentido, esa falta de convicción en un futuro posible es, empero, fruto de un largo proceso histórico cuyas consecuencias sociales se nos han revelado con todo su rigor en la honda crisis del último lustro. Desde hace al menos una década la pintura de Eduardo Cardozo viene elaborando una poética abstracta de la melancolía y de la incertidumbre. Sus últimos trabajos son el anuncio de un nuevo orden en el que las formas no terminan nunca de saberse ciertas. El despertar de la siesta
Cardozo comienza a exponer a fines de los años ochenta junto a artistas como Marcelo Legrand, Fernando López Lage y Álvaro Pemper. Pertenece a la generación cuya niñez y adolescencia transcurre en los años oscuros de la dictadura. Con el advenimiento de las elecciones democráticas (1985) a este grupo de artistas emergentes se les incluyó de manera un tanto difusa en la generación de los 80, caracterizada por cierto desparpajo en sus vehículos expresivos y una mirada puesta en los laberintos del poder y la sexualidad. La estética de Cardozo mantuvo empero un perfil más apocado y cauteloso. Aquella generación reaccionó contra el gusto por las marinas, los marcos dorados y la extensa parafernalia telúrica y patriótica que promovió la élite inculta del llamado Proceso Cívico Militar. Existía también cierta antipatía -no siempre consciente- hacia los sucesores tardíos del constructivismo que se obstinaban en paletas de tonos apagados y terrosos. La juventud se embandera entonces contra el dogma de las escuelas y vive a su modo la hora local del Bad Painting. En este primer episodio artístico, Cardozo pinta directamente con las manos alquitranadas sobre grandes cartones. A partir de una concepción sui generis del Art Brut, explora en una vertiente vagamente figurativa, deteniéndose en las facetas oscuras y corrosivas del presente. La huella de los maestros La serie sobre la iconografía patria sucede algún tiempo al egreso de la Escuela Nacional de Bellas Artes. El magisterio de Ernesto Aroztegui constituye para el artista una guía y una revelación: Estaba abierto a todas las estéticas y tenía una asombrosa capacidad para ver.(4) Fue Aroztegui quien le recomendó el Museo de Art Brut de Lausana. El otro maestro al que atribuye una importancia significativa es Luis Camnitzer. En 1993, gracias a una beca, consigue una estadía en su Estudio en Valdottavo, Italia, donde no sólo aprende técnicas de grabado sino que asimila el peso conceptual del arte y la relevancia de ordenar las ideas en torno a la creación. Concibe una serie fotograbada de objetos intencionadamente mutilados: un lápiz clavado en una lata, dos piedras unidas por un alambre, un pomo de pintura exprimido y perforado. Compone con estos objetos relaciones simples pero intensas, recreando la lógica de los ready mades en el plano. Pero el pasaje a la abstracción sobrevendrá luego, cuando se atreve a trabajar en esculturas y a intervenir un espacio público. (5) La pintura ensimismada
Las formas de barro eran irregulares y cóncavas, se habían amasado sobre una estructura de mimbre y en ellas cabría una persona de pie o tendida. Las esculturas se colocaron en el interior de vagones ciegos que otrora trasportaban el ganado a los mataderos. Los misterios se dan en la Estación Central de Ferrocarriles(6) es el título de una intervención en paralelo con el artista alemán Johannes Pfeiffer, quien por su parte ejecutó una escultura de ladrillos sobre los durmientes de la estación abandonada. Los trenes fueron clausurados a la salida de la dictadura por el gobierno democráticamente electo en una decisión cuestionada hasta hoy. La hermosa estación decimonónica se transformó en el emblema de una nación cuyo esplendor había claudicado. Como era de esperar, las obras dieron lugar a variadas interpretaciones, inclusive aquellas que vincularon la obra de Cardozo con el holocausto judío. En su pintura, la abstracción comenzó a ser un ejercicio introspectivo a la vez que una búsqueda en la historia de la pintura. Ambos aspectos apuntaban a una reconciliación con la tradición local. Cuatro años de trabajar en un lenguaje abstracto posibilitan la concreción de una importante muestra en la sala del Subte Municipal (1999), que hoy puede verse como un lejano génesis de la actual serie de geometrías inciertas. La paleta comienza a aclarar y el vacío se vuelve un silencio envolvente que descubre a las formas su imponencia solitaria y les otorga un espesor aciago. El celeste agua tan característico de sus últimos trabajos es una declarada alusión a cierta pintura de interiores muy frecuente en los hogares de la clase media montevideana de los años 50 y 60, que a pesar del desgaste conserva hasta el último día algo de su viveza marina, y que por tanto adquiere en los óleos de Cardozo una intención subrepticia.
(1) Brecha, Montevideo, 23 de abril de 2004. |