Espacios ocultos. José Manuel Ballester.

Frost Museum

Por Irina Leyva-Perez | noviembre 06, 2013

La postmodernidad ha legitimado la apropiación como un método de creación. La propuesta del artista español José Manuel Ballester se inscribe precisamente dentro en esta visión.

Espacios ocultos. José Manuel Ballester.

A través de la manipulación de obras de grandes maestros, Ballester nos presenta una serie de interrogantes, hasta cierto punto revisionistas, en las que se atreve a cambiar las composiciones de conocidas obras claves de la historia del arte universal. El factor en común de todas las piezas es que las imágenes han sido “depuradas” de toda presencia humana, dejando solamente el escenario que normalmente serviría de referencia contextual. La narrativa cambia, y en vez de una historia que se iría hilvanando a partir de personajes, pasa a ser una escena en la que lo que domina es el silencio.

El proceso de Ballester es meticuloso y comienza con el disparador de la cámara al tomar la imagen de la obra seleccionada. De ahí se traslada a su estudio, en el que armado de Photoshop comienza a ‘depurar’ la escena. Luego viene el proceso de ‘repinte’ en el que Ballester ‘rellena’ los espacios que previamente ocupaba las imágenes eliminadas para dejarnos una nueva imagen en las que naturaleza y arquitectura pasan de ser rellenos de fondo a ser protagonistas.

En La última cena de Ballester, concebida a partir de una de las obras más reconocidas de Leonardo Da Vinci precisamente por la complejidad de la composición, podemos apreciar la perspectiva por la que el artista era famoso. Al estar exenta de los supuestos protagonistas, el espectador se puede concentrar en la arquitectura y el maravilloso ‘fondo’ en el que se pierde la vista. La conocida historia de Jesús es borrada del escenario, dejando en su lugar una imagen en la que el artista se regodea en otros detalles. Royal Palace (Palacio Real) su versión de Las Meninas del pintor español Diego Velázquez, consigue intrigar al espectador. La de Ballester es una habitación en penumbras a la que entra la luz de una puerta abierta al fondo, en este caso, pasando la luz a ser el centro de la escena.

La Balsa de la Medusa , tomada de una de las obras más inquietantes del pintor francés Théodore Géricault, se convierte en una escena igual de desolada que la original. Aunque los sobrevivientes y los cadáveres han sido eliminados, la furia del mar y la balsa destruida logran transmitir la misma sensación de incertidumbre y desolación que Géricault logra en su pintura.

En estas imágenes se percibe un vacío que puede resultar inquietante. Las piezas se convierten en un espacio de reflexión y meditación, en la que el hombre aparece implícito a través de la arquitectura. A través de ellas el artista nos propone un recorrido por la historia del arte universal. Quizás el hecho de ser pintor lo inspiró a ‘revisitar’ estas obras y hacernos reflexionar acerca de la complejidad de las mismas, algo que a menudo perdemos de vista si nos adentramos en la narrativa evidente de cada una.