_El Dibujo Fuera de Sí_

Ciudad de La Laguna, Tenerife.

Por Ramón Salas

Desde el 11 de julio y hasta el 21 de septiembre se expone en la Sala de Arte del Instituto de Canarias Cabrera Pinto de La Laguna, Tenerife (España), la muestra El Dibujo Fuera de Sí: Tríptico de Venezuela (1970-2014).

_El Dibujo Fuera de Sí_

Valiéndose de dibujos de tres destacados artistas venezolanos -Alejandro Otero, Andrés Michelena y Magdalena Fernández- Roc Laseca, curador canario afincado en Miami, plantea una reflexión sobre “el futuro” de la muerte de la modernidad y sus funerales en la cultura latinoamericana.

Los dibujos de Alejandro Otero, un clásico de la vanguardia venezolana, son los únicos realmente realizados en los límites temporales de la modernidad. Incluso en sus orígenes informalistas, la obra de Otero estuvo siempre gobernada por un dibujo que imponía estructura a la materia en la línea de su admirado Cézanne y sus seguidores cubistas. En los 50, la línea acabó por imponerse, ya sin resistencia matérica, en una abstracción geométrica en sintonía con una sensibilidad muy extendida en Latinoamérica. Ya en los 70, esta confianza en la racionalidad cultural y la modernización adquirió forma monumental en grandes esculturas geométricas en las que la altanera autonomía del modernismo pictórico convergía con la arrogancia constructiva de tradición lecorbuseriana. En buena lógica, el dibujo de Otero de esta época es instrumental, muestra la despreocupada seguridad del ingeniero que diseña una estructura funcional.

Esa funcionalidad, que bien podría haberse sentido heredera de la racionalidad instrumental que inauguró la hegemonía occidental en los albores de la sociedad burguesa, se entendía sin embargo en el contexto latinoamericano como una resistencia al exotismo que esa misma cosmovisión colonialista esperaba de las “periferias”.

Quizá radique en esta paradoja el interés de la indisposición de las generaciones más jóvenes a prescindir del dibujo. En plena exaltación del arte documental y antropológico, realista y heterónomo, de las relaciones, los acontecimientos y las situaciones, incompatibles con la previsora racionalidad del dibujo, Magdalena Fernández parece querer –literalmente- introducir la regularidad del diseño en un medio, ahora ya postmoderno, que Bauman ha insistido en caracterizar por su “liquidez”. Por un procedimiento poéticamente simple, que ironiza con la tecnología, realiza dibujos “al video” que le permiten someter la geometría a unos vaivenes en los que, sin embargo, persiste un deseo de regularidad menos rígido que coreográfico, como si la razón tampoco quisiera tomar parte en una revolución en la que no se pudiera bailar. El formalismo hipnótico del modernismo se da aquí la mano con la aleatoriedad del acontecimiento para restarle gravedad a un no obstante persistente deseo de orden y contención que contrasta vivamente con la expectativa de “autenticidad antropológica” que la metrópoli sigue alentando respecto al arte latinoamericano.

Michelena, por su parte, añade a sus conocidas ironías sobre la naturaleza eminentemente lingüística y sígnica de la pretendida resistencia modernista al sentido, la representación y el lenguaje, unos poéticos dibujos sin trazo producidos por unos dispositivos que recuerdan al cinetismo (con la misma poética “low tech” con la que Magdalena Fernández se acerca a las “nuevas tecnologías”), ahora movido por el aliento del espectador, que se ve obligado a acercarse al dibujo para comprobar cómo la mirada altera lo mirado. Las sombras tenues “dibujan” sobre el papel unas casas trémulas que parecen querernos recordar tímidamente la posibilidad de seguir habitando la metáfora, acosada hoy por una obsesiva necesidad de que el verbo se haga carne, o de seguir hospedando la idea, carente ya del más mínimo atisbo de prepotencia o idealismo.

El proyecto de Laseca –producido en colaboración con The Chill Concept, la Colección Capriles de Brillembourg y ArtsConnection- dialoga activa y dialécticamente con su ubicación en Canarias (un territorio europeo ubicado en África con clara vocación latinoamericana) no sólo por el contraste de su financiación privada con la parálisis absoluta que vive la cultura en España, tradicionalmente dependiente de unos exhaustos fondos públicos; sino también por sus lazos estéticos y éticos con una sensibilidad autóctona que me gusta llamar ‘calvinista’, no por referencia al teólogo reformista (a pesar de su compartida contención y sobriedad) sino al Italo Calvino que, en sus Seis propuestas para el próximo milenio, vinculaba la consistencia, exactitud y visibilidad, con la levedad y la multiplicidad.