Por los aires: la XVII Bienal de Arte Paiz.

Por Emiliano Valdés

Hace casi un año, el equipo curatorial de la XVII Bienal de Arte Paiz inició un proceso que acabaría por confirmar los aires de cambio que empezaron a soplar en la edición anterior, y se concretaron en la muestra guatemalteca recién clausurada. “Ver para creer” rezaba el título principal, que subdividido en cuatro temas, no proponía sólo un recuento flexible pero vigoroso de las obras, sino también aludía a un proceso de cambio tan anticipado como necesario. En efecto, finalmente se reemplazó la figura de jurado por la de comité curatorial, se incrementaron los fees de producción y se consolidó la idea, nada nueva, de un evento de arte temático y curado. También se eliminaron los premios- adquisición, todavía presentes para mal en circuitos en proceso de maduración, y se previó la publicación de un catálogo coherente con el evento. Me gusta creer –aunque aún hay que terminar de corroborarlo − que se elevó el nivel general de este evento, vigente en la escena artística guatemalteca desde hace 32 años.

Manuel Chavajay. Viaje al paraíso, 2010. Image courtesy of the artist and Fundación Paiz. Imagen cortesía del artista y Fundación Paiz.

“Ver para creer”, la conocida máxima atribuida a San Agustín de Hipona pero más comúnmente asociada a la desconfianza de San Tomás respecto a las heridas de Jesús, respondía a una serie de especulaciones sobre el arte contemporáneo en Guatemala. Por un lado, la innegable herencia religiosa en la producción artística del país, pero sobre todo, la tensión latente –y su presencia sutil en el arte– de una sociedad cuya idea misma de “fe” se encuentra en pleno proceso de mutación. No es un secreto que el balance de poder entre las distintas iglesias, en el país y en el continente, está cambiando, y como es de esperarse, esto se refleja, de manera elocuente, en la cultura y en el entorno. Vallas publicitarias inundan la ciudad con mensajes autografiados por Dios, el mismo que envía mensajes de texto al teléfono móvil celular de los creyentes, por una módica suma de dinero, o que nos recuerda con calcomanías cuan necesario nos es nacer de nuevo... Pero independientemente de la religión que profesemos, lo que está claro es que la idea misma de la fe (como suele acontecer en tiempos de crisis), está sobre la mesa.

No obstante, la discusión sobre la fe daba para más. A partir de una revisión de la modernidad y sus secuelas, se concluye fácilmente que no sólo la religión está en entredicho. También lo están las convicciones personales, los valores que rigen nuestros sistemas y la certeza de que estamos en el sitio adecuado. La incertidumbre que surge de la inestabilidad generalizada, afecta no sólo la manera en la que nos relacionamos con nuestro lado místico sino también nuestras estructuras de pensamiento y de orden, en general. Así, la actitud con la que el mundo y Guatemala se presentan ante -el devenir de- la historia, y ante sí mismos, parecía un ángulo idóneo para tomarle el pulso a una sociedad que, por motivos muy extensos para esta breve nota, se encuentra en una suerte de impasse. En el aire. Sin dirección.

Y esto, de manera paralela, es una condición y proceso que subyace también al arte. En un plano general, los sistemas tradicionales de presentación, que rigieron la actividad por siglos, están en crisis. Además, con frecuencia, consumir arte, por no hablar de involucrarse en la creación, producción y presentación, es un verdadero acto de fe, de creer en sus estructuras, sus herramientas y también en sus formas, implicaciones y múltiples funciones posibles. Y todo esto sin mencionar el proceso, en muchos casos ya asimilado, de alejarse de la idea de la obra de arte como fetiche, lo cual todavía persiste en nuestro contexto nacional.

Ahora bien, lo anterior supone una contradicción con el concepto mismo de fe: necesidad de ver para creer en algo que no se puede ver, como en los procesos de cambios, en los que se distinguen resultados, mas no el proceso mismo que condujo hasta ellos. De esta relación, unas veces paradójica, otras análoga, surgieron cuatro áreas que agruparían la obra de 30 artistas guatemaltecos y 7 invitados internacionales “Fe ciega: imágenes y rituales contemporáneos” (análisis de los íconos populares, los sincretismos místicos y el gesto público y privado), incluía obras tan vigorosas como Punto ciego (2010), de Regina Galindo. “Mirar de nuevo: el objeto reconsiderado”, un acercamiento a la escultura contemporánea en el medio local, hacía una revisión de los procesos de resignificación del objeto industrial y cotidiano, estrategia ampliamente utilizada en Guatemala y trabajada prolíficamente por artistas como Ángel Poyón. “La trampa al ojo”, una actualización de la tradición del trompe l’oeil, revisaba el estado de la imagen en una época de simulación, con trabajos formal y conceptualmente unitarios como Viaje al paraíso (2010), de Manuel Chavajay; y “Mundos Imaginados”, colección de utopías, distopías y otras reflexiones sobre el lugar y la existencia, ejemplificado magníficamente por Alfredo Ceibal (Akua: Mundo y sociedad de voluntarios, 2010).

De todas las obras “vinculadas” por estas cuatro líneas, que a su vez tejían las cinco exposiciones (en cinco sedes distintas, principalmente del Centro Histórico de Ciudad de Guatemala), se seleccionaron 6 artistas para la Bienal de Artes Visuales del Istmo centroamericano, un evento cargado de buenas intenciones pero, como la misma Bienal Paiz, con un proceso de maduración por delante y en el que se reúnen los ganadores o seleccionados de las bienales locales de cada país de la región. Con obras que oscilan entre la poesía y el documento, la comitiva guatemalteca está compuesta por Regina Galindo, Jorge de León, Alberto Rodríguez, Manuel Chavajay, Alfredo Ceibal y Yasmin Hage. Subyace a casi todo el material, una idea de revisión del propio contexto y una voluntad de “crear destino”, que en conjunto hacen pensar en ese momento de pausa, esa necesidad de tomar aire para reanudar la marcha.

Pero una golondrina no hace verano y a la Bienal de Arte Paiz le queda un camino largo por recorrer. El evento teórico, aunque interesante e ilustrativo, podría haber dado lugar a una verdadera discusión sobre los temas que le atañen en esta ocasión, extendiendo el diálogo a otros sectores, profundizando en ciertas áreas cruciales. El centro de documentación es una idea que quedó en el tintero, y la producción en general, deberá afinar sus mecanismos. Resta esperar las condiciones para hacer una evaluación completa, a condición, claro, de que la Bienal de Arte Paiz permanezca en el aire, y emprenda nuevos vuelos...