Brígida Baltar

Coraje para salir volando

Por Jacopo Crivelli Visconti | septiembre 21, 2012

En 2005, Brígida Baltar tuvo que dejar su casa en el barrio de Botafogo, en Río de Janeiro. Durante los quince años anteriores, la artista había vivido y trabajado casi en una simbiosis con la vieja construcción de ladrillos, al punto de excavar la forma de su cuerpo en las paredes, para la obra Abrigo (1996), o recoger el agua de las goteras para luego utilizarla en otras obras.

Brígida Baltar

También fue filmado allí el video presentado en la 25ª Bienal de São Paulo (2002), que formaba parte del conjunto de obras de la serie Casa de Abelha (Casa de la abeja), integrado además por dibujos y objetos. En él la artista aparece con ropa libremente inspirada en la geometría de las colmenas, mientras la casa se inunda poco a poco de miel: en palabras de la crítica Luisa Duarte, “inspirada en el universo de estos insectos que construyen su casa (la colmena) y su alimento (la miel) en simultaneidad absoluta, Brígida crea una especie de fábula traducida en fotos, videos, dibujos, animaciones y pequeños escritos que se proponen mostrar la casa como centro productor de afectos”. Si bien el caso de una creación tan intrínsecamente ligada al sitio de donde surge no es único en el ámbito de la producción contemporánea, podría decirse que la obra de Brígida Baltar, al menos en lo que expresa respecto de esa relación con la casa, se torna incluso más sugestiva a partir del momento en que ella, tal como se menciona al comienzo, se ve obligada a mudarse. Antes de partir, como culminación de un proceso que ya venía llevando adelante desde hacía algún tiempo, la artista retiró varios ladrillos de la construcción original, moliéndolos hasta reducirlos a polvo. En los años siguientes, ese polvo rojizo sería utilizado para dibujar, en la mayoría de los casos directamente sobre las paredes, paisajes de Río de Janeiro o escenas de vida compartida, en su mayoría sin signos de una gran preocupación por reproducir de manera literal y reconocible lugares o rostros conocidos, ya que, evidentemente, lo que la artista continúa retratando hasta el día de hoy es el paisaje que permanece en su memoria y los rostros de los amigos y familiares que pasaron por la casa. En otros casos, la artista llegó a producir con el polvo nuevos ladrillos, o a moldear pequeños “objetos” para rellenar agujeros y pequeñas rendijas en paredes y pisos de los lugares donde exponía, completando así el repertorio de las funciones materiales e inmateriales de una casa, aun de una móvil; esto es, ser refugio elemental y repositorio de la memoria.

Basándose en esta breve introducción, quien no conozca el trabajo de Brígida Baltar podría pensar que se reduce a este conjunto, ya grande y significativo, de obras desarrolladas a partir de la relación con la casa/atelier. Pero en realidad, aun teniendo sus raíces más intimas y profundas en la esencia de esa relación, y más precisamente en lo que en ella se puede considerar universal, o sea, el vínculo entre el ser humano y la morada que lo abriga, lo protege y lo define, la obra de Brígida Baltar se expande mucho más allá de eso. Es el caso, por ejemplo, de las numerosas Coletas (Recolecciones) realizadas a lo largo de una década (1994-2004), acciones en las que la artista, equipada con pequeños recipientes de vidrio, alambiques y otros “instrumentos”, y vistiendo ropas diseñadas y confeccionadas por ella misma, salía al campo para recolectar neblina, rocío o brisa marina. Como comentaba más arriba, una de esas recolecciones tenía por objeto juntar el agua que goteaba en la casa de la artista, pero es evidente que al salir de la casa, la acción se consolida y gana en poesía, tornándose una vez más universal y pública en contraposición a privada e íntima. Es al enfrentarse con la fuerza de los espacios abiertos y vacíos, con el silencio y la intangibilidad de la neblina, o con el ruido ensordecedor y la presencia ineludible del mar, que las obras alcanzan una dimensión auténticamente sublime. Al mismo tiempo, la sofisticación de las ropas (desde las variaciones sobre el motivo de la colmena en Casa de abelha hasta el vestido de plástico de burbujas de Coleta de orvalho) en acciones aparentemente tan íntimas y espontáneas, añade una capa de misterio, crea un enigma insoluble, transformando a la artista en una presencia extraña, fascinante. Compenetrada con su tarea misteriosa, ella se torna una presencia casi hipnótica que a los espectadores que observan los vídeos y las fotografías que registran las acciones les resulta imposible dejar de acompañar, tal como a veces nos fascinan y casi nos hipnotizan los niños absortos en sus tareas.

Retrospectivamente, ese cuidado para con la vestimenta puede considerarse un anticipo de la serie de obras desarrolladas a partir de la muestra O que é preciso para voar (Lo que se necesita para volar), realizada en 2011 en el espacio Oi Futuro, en Río de Janeiro. Aquí, la artista introdujo un conjunto de temas aparentemente nuevos relacionados con las ideas del vuelo y el teatro, con toda la carga metafórica que estos dos universos implican. A través de instalaciones, pequeñas esculturas, videos y objetos, Brígida Baltar sugiere afinidades, por ejemplo, entre el miedo escénico y el vértigo que produce un columpio y la confianza que demuestra el niño que se lanza al espacio infinito sobre él. Si anteriormente la artista aparecía en la mayoría de las acciones, en esta nueva serie de trabajos la presencia escultórica de las piezas parece librarla de la necesidad de mostrarse en el acto físico de ejecutar la obra. En ese sentido, el columpio vacío que aparece en uno de los videos puede ser considerado simbólico de ese cambio de postura de la artista: el lugar ocupado anteriormente por ella en primera persona o (más raramente) a través de algún actor aleccionado por ella, ahora ha sido dejado vacío, para dar testimonio de que lo que realmente cuenta no es el niño que se columpia, ni el columpio sobre el cual se hamaca, sino lo que cada uno proyecta sobre esa imagen. El contrapunto a esa obra, entonces, tal vez deba buscarse en el video que documenta una acción realizada en 2000, titulada Em uma árvore, em uma tarde (En un árbol una tarde), en la que la artista aparecía en lo alto de un árbol leyendo un libro, completamente ajena al movimiento de personas, automóviles, camiones u ómnibus en la calle debajo de ella. Durante mucho tiempo, Brígida Baltar eligió permanecer concentrada en su universo y en sus pensamientos, ya sea en su propia casa, en la playa o en la copa de un árbol, pero ahora, finalmente, tomó coraje, resolvió volar, y lo hizo.

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Perfil

Brígida Baltar nació en 1959 en Río de Janeiro, Brasil, donde aún vive y trabaja en la actualidad. Su carrera comenzó en los años 90, trabajando a menudo con elementos primordiales como los materiales que tomó de su casa en el barrio de Botafogo. En años recientes, la obra de Baltar ha sido exhibida en instituciones en todo Brasil y en Estados Unidos, Japón y Argentina, entre otros países. También tomó parte en importantes muestras grupales, tales como “La escuela peripatética: dibujo itinerante de América Latina (2011), que se inauguró en el Drawing Room en Londres y luego recorrió distintos espacios expositivos. Participó en importantes bienales tales como la I Bienal de las Américas, Denver (EUA) (2010); la 25ª Bienal Internacional de São Paulo (2002), y la V Bienal de La Habana (1994). Su obra está representada en importantes colecciones, como la del MOCA Cleveland (EUA); Copel Collection, CIAC (México); MAC-USP, Museo de Arte Contemporáneo USP (São Paulo, Brasil); Itaú Cultural (São Paulo, Brasil); Fundación Joaquim Nabuco (Recife, Brasil); Colección Gilberto Chateaubriand, Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro (Brasil).