Moisés Castillo

Revelación en la Pintura de Moisés Castillo

Por Peralta Aguero, Abil
Moisés Castillo
  Mi contacto con la pintura del artista puertorriqueño Moisés Castillo (1964), un creador que, revestido de la mí­tica discreción del sabio, ha conducido un proceso de producción pictórica que habiendo transitado desde los lenguajes del impresionismo hasta la figuración expresionista, se sitúa hoy como una auténtica revelación dentro la más vitalizada abstracción de la pintura puertorriqueña de nuestro tiempo.
Portador de un discurso que asume la caribeñidad como genética y estética visual, Moisés Castillo nos presenta un discurso de sobria agitación poética en su visualización, conceptuando una pintura vital, próxima a la revelación, del delirio psí­quico y la embriaguez del sentimiento perceptual.
Se trata de una pintura forjada dentro de una fenomenologí­a comunicacional sensual y hermética a la vez, que sumerge al espectador en una especie de trance óptico al momento de explorar los embriones semánticos que en su estructura interior contienen como entidades visuales los repertorios sí­gnicos y simbólicos de su obra.
Su producción correspondiente a su perí­odo no figurativo proyecta un estatuto sonoro en su diseño y gramática del color que, acentuado por el espí­ritu orientalista zen de su telúrico gestualismo, se traduce en un repertorio de modulaciones que formulan una estética del equilibrio entre el caos y el orden, entre la celebración mí­stica y la angustia, entre el misterio del tiempo, la matemática del calendario que celebra los nacimientos y los azarosos dí­as de la guerra. Su obra es negación de la duda, reino de la luz y preguntas sobre adónde van los sueños.
Moisés Castillo instaura unas modulaciones dialécticas de la composición, el ritmo y el color en sus pinturas que le permiten hacer de la acción de la espátula una lanza que se desmaterializa en sus telas; un complejo andamiaje estructural que transita entre la geometrización y la tensión futurista, postulando como tesis estilí­stica-conceptual la aristocracia estética de una obra que se pronuncia libremente sobre el drama existencial de la humanidad, partiendo desde las formulaciones estilí­sticas y conceptuales de la "abstracción cromo-gestual", como si se tratase de una directa evocación del pensamiento teórico de Karin Thomas. Hay en sus obras un acto intelectual de la concienciación, una sinceridad desbordante y rabiosa. Él no miente; retrata el corazón y el oxí­geno de su propia vida en sus telas, nos habla de la moral de los árboles y el viento, de la palabra de Dios y el misterio de una ola; nos habla de su ideologí­a; de su personal religiosidad y del ritual relacional del acto pictórico como estética de la comunicación, fundada en la relación: pensamiento-imagen-artista-acto creador-lector visual.
Las pinturas de Moisés Castillo son relámpagos de fe, memorias del fuego, del agua y de la tierra? entidades furtivas que en las superposiciones dramáticamente fluidas de sus planos yuxtapuestos revelan relaciones positivas/negativas de especialización, planteándonos presupuestos estéticos de un alcance paisají­stico que evoca la noción panteí­sta de la naturaleza, la arquitectura urbana como metáfora de la alegrí­a sutil y de la angustia. Y que en su lectura extendida, revelan la nomenclatura celebrante y constructiva del metal como caligrafí­a tectónica o escritura de la tierra, o bien como metáfora y poética de la escultura posible.
La iconografí­a de la pasión, la atmósfera del sentimiento vital, el carácter afirmativo, la calidad de su sintaxis factural y la rí­tmica interior que define la estética y valores sí­gnicos y simbólicos de la pintura de Moisés Castillo, hacen de su obra una propuesta artí­stica que, impregnada de la seducción genética de la caribeñidad, evoluciona hacia un discurso que ha asumido la abstracción dinámica como supremací­a del placer de ver y sentir el misterio del arte en la pintura.
Su pintura, impregnada de tensiones estático-dinámicas, hace del color y la luz una dimensión cromático-caligráfica que intensifica las sensaciones estéticas de la pasión, haciendo de su fenomenologí­a de la creación una acción perceptual que hace de los acordes rí­tmicos de su diseño interior un repertorio lingüí­stico visual que niega el alfabeto letrí­stico de la duda y de la realidad cotidiana, para en cambio instaurar la realidad trascendente del ser en sus lienzos, o en sus obras sobre papel.