REVIEWS - SANTIAGO CÁRDENAS: RETROSPECTIVE

Museum of Modern Art, Bogotá / Museum of Antioquía, Medellín, Bogotá, Medellín

REVIEWS - SANTIAGO CÁRDENAS: RETROSPECTIVE
Hubo un tiempo que marcó a toda una generación de artistas, incluidos los colombianos. Eran los años sesenta, años de protestas y gritos juveniles que en todas partes del mundo reclamaban su derecho a ser distintos, radicalmente distintos, a sus padres. Hablaron de sexo y del amor desde la naturalidad de un concierto de una semana que lo pregonaba a flor de piel. También de los efectos alucinógenos de un universo que se mostraba como la salida a la cotidianidad dolorosa de Vietnam y el desempleo. Adoraron el nuevo mercado del consumo que convirtió en í­cono de culto la imagen de una tradicional sopa enlatada estadounidense, guiados por las palabras de un í­dolo vestido a la moda que supo lo que vendrí­a cuando exclamó que todos tendrí­an sus quince minutos de fama. En ese entonces todo giraba en torno al Norte.
Santiago Cárdenas (Bogotá, 1937) no escapaba a dichas ideas. Sus años de formación los vivió en la tierra del Tí­o Sam (estudió una maestrí­a en Bellas Artes en la Escuela de Arte y Arquitectura de la Universidad de Yale). Cómo no dejarse influir entonces por esas representaciones de la cotidianidad que retaban -como lo vení­a haciendo el siglo XX desde Picasso y Duchamp- a la tradición y exponí­an lo que Danto interpretarí­a como el fin del arte unas décadas después. Más aun cuando sus compañeros de clase eran Chuck Close y Richard Serra y el director del programa Josef Albers. El mundo era la pregunta dominante.
Sin embargo, Cárdenas vení­a de un paí­s que aún no se preguntaba el afuera, por lo difí­cil que estaba el adentro y que vio durante años esas preguntas y expresiones como referentes de una frivolidad infinita. Heredero de una tradición que pintó y grabó en todas sus formas las imágenes de La Violencia -un perí­odo de la historia colombiana así­ llamado por la violencia bipartista desde los años de 1950- en Colombia era difí­cil no aparecer comprometido polí­ticamente con obras que de una u otra manera expresaran indignación frente a un absurdo que parecí­a no tener fin. Sin embargo, su acto de resistencia, como el de sus contemporáneos Luis Caballero o Beatriz González, fue justamente resguardarse en la representación de objetos que, al parecer, en nada connotaran los años vividos. Tal vez como una manera de enmarcarse en la corriente universal, tal vez para hacerse notar ante tanto trazo de sangre, tal vez para simplemente no tener que opinar nada. Pero en eso, Cárdenas se equivocó. Su obra -camisas dobladas, prendas colgadas, paraguas que se sostienen de la nada, tableros de escuela borrados- está irremediablemente sola y en eso radica su poesí­a. "Ceci n´est pas une pipe" viene galopante a la mente, esa pipa que no lo es de Magritte y que marca la historia del arte no-dicho desde ese entonces, entra con el simbolismo también presente en la obra de Santiago Cárdenas. Y por ello, sin significados impuestos.
Por un corto tiempo, entra el hombre. Cual escenografí­as en tres planos, y a diferencia de sus otros objetos llenos de realismo, a este hombre le falta, justamente, la vida. En un claro homenaje a los Jugadores de cartas de Cézanne en Algo de comer (1967), la pareja, que se sabe vací­a, está sumida, sin angustias -ni se miran-, en la sociedad de consumo.
Todo en su obra está vací­o. Un vací­o que podrí­a llamarse también silencio. Y hoy, todaví­a lo sigue pintando. "Llegué a pensar que pintaba las ideas, no lo objetos. Y a creer que esas ideas eran más reales que los objetos que aparentemente representan", dijo en alguna ocasión. Hoy los objetos fueron reemplazados por la naturaleza, tal vez esa que se le escapaba antes.
Santiago Cárdenas, el maestro del realismo, ese hombre que fue capaz de darle vida a un paraguas, le faltó justamente la vida que lo tuviera. Retoma el vací­o de la sociedad de consumo en la que creció. Una sociedad tremendamente llamativa en su envase, conflictuada en su interior. Colombia, a pesar de no retratarla, no pudo dejar de colarse. Parece que las palabras que dijo el pintor Juan Antonio Roda sobre Cárdenas se acomodan como anillo al dedo: "en esas cuatro paredes anodinas, se encerraban muchas de las angustias más terribles del hombre".