ART BASEL MIAMI BEACH

Pura Marcha

Por De Arteaga, Alicia
ART BASEL MIAMI BEACH

La matemática infalible de los números ha confirmado la intuición de Sam Keller cuando movió sus fichas desde Basilea, Suiza, para instalar el modelo de Art Basel en Miami Beach. La edición 2005 cerró con récord de ventas, 195 galerí­as participantes, 400 en lista de espera, 40 nuevas galerí­as y 185 jets privados aparcados en el aeropuerto esperando que los grandes coleccionistas hagan sus compras.
Los galeristas de larga experiencia y buena memoria admiten que la maquinaria de Sam Keller avanza a toda velocidad para convertir a Miami en la capital del arte en América, algo imposible de imaginar años atrás cuando los grandes centros, como Nueva York, Chicago o Filadelfia, con una larga tradición museí­stica, miraban a Miami por encima del hombro, como si la Florida fuera nada más que un destino de jolgorio. Keller convirtió esa condición festiva en una virtud, porque Art Basel Miami Beach es una feria de arte devenida en una gran fiesta, con cinco dí­as de pura marcha y una oferta de arte millonaria.
Más de 2000 millones de dólares en obras de arte fueron exhibidos en la prolija geografí­a del Convention Center. Pinturas, fotografí­as, videos e instalaciones custodiadas por expertos y destinadas a coleccionistas que se mueven de un lado a otro en las naves dispuestas por BMW. Más de 3000 clientes del UBS, sponsor oficial de la feria, recorren sin tregua los stands con una pausa frugal para disfrutar del exquisito buffet froid del Collectors Lounge.
Art Basel Miami tiene su plataforma mayor en el Convention Center de Lincoln Road, pero también cuenta con muchos satélites igualmente atractivos como Art Nova, Art Positions, y Art Kabinett, más la imperdible agenda de desayunos con coleccionistas, anfitriones de lujo en sus propios museos distribuidos desde Key Biscayne hasta el ascendente distrito de Wynwood, último bastión de los galeristas pro.
Sam Keller afirma que Art Basel debe ser un lugar de descubrimiento y, al mismo tiempo, un puente entre América del Norte, América Latina y Europa. Abona su pensamiento saber que se trata de un territorio multicultural, por la fuerte presencia cubana y la vecindad. Coleccionistas cubanos y puertorriqueños, como los De la Cruz y los ugobono se codean con los Rubell, Don y Mera, interesados en comprar obras de artistas del ex bloque soviético. Toda esta gente ha hecho de Miami su base de operaciones y "su" centro de compras de arte. Sin embargo, el grueso de las galerí­as llegan del Norte de los Estados Unidos y de Europa: 9 por ciento son británicas, 28 por ciento de EE.UU, 12 por ciento de Alemania, 4 por ciento de Italia y Francia, 3 por ciento de Suiza, Brasil, México, España y Japón. Interesante la posición de Brasil en la "pole position" de la región, fácilmente atribuible a la gestión de la Bienal de San Pablo con más de cincuenta años de existencia. Dato para el registro: el 32 por ciento de las obras presentadas en Basel Miami son de artistas que tienen entre 30 y 39 años; sólo un 17 por cientomás de 60.
Entre las galerí­as de la región se destaca Jacobo Karpio, de Costa Rica, asiduo animador de ferias, lleno de amigos, carismático como pocos y con una pléyade de seguidores. Llevó a Miami obra de Marcaccio, argentino internacional, Federico Uribe y Federico Herrero. La galerí­a Lelong de Parí­s tuvo inspiración latina con obras de Oiticica, Ana Mendieta y Cildo Meireles, acortando la distancia entre los dos hemisferios. Práctica que también asume Speroni Westwater con la obra de Kuitca, un clásico. Diana Lowenstein, afincada en la Florida, tiene un radio de influencia en pleno desarrollo con su proyecto de expansión en la zona de Wynwood. Su estrella se llama Carlos Betancourt, fenómeno de marketing que comercializa su imagen hasta en calcomaní­as para pegar en el coche. También tiene en su staff a la rosarina Graciela Sacco.
Mary-Ann Martin conoce el libreto latino como nadie; fue especialista de una rematadora internacional antes de abrir su propia galerí­a en Miami. Mostró un Portinari de museo y una obra de Gunther Gerzso con cotización empinada. Nina Menocal, México DF, expuso una interesante obra del colectivo Tercerunquinto; Antonio Millán de San Pablo apostó por las obras de Miguel Rí­os, Miguel Rio Branco y Tunga. La estrategia latina para Miami Basel debe ser la internacionalización, buscar obras que sintonicen con la misma frecuencia de lo que se produce en el resto del mundo y esquivar el cliché. Galerí­a OMR, de México, optó por una obra universal de Candida Hoffer y Sicardi, de Houston, Texas, impulsó a los latinos Jesús Soto, Carlos Cruz Diez, Ana Eckell, Luis Tomasello, Pablo Siquier, Liliana Porter y Lygia Clark, elección que confirma la carta jugada por Peter Marzio y Maricarmen Ramí­rez para el Museo de Houston. Luisa Strina con Cildo Meireles, Jorge Macchi y Tunga fue fiel a sus principios estéticos, en tanto que la galerí­a de Raquel Arnaud, de San Pablo, llevó obra de Sergio Camargo, minimalista sublime. Cecilia de Torres, galerista internacional con base en Nueva York, sumó obras de Inés Bancalari, Eduardo Costa, Gonzalo Fonseca, León Ferrari y Magdalena Fernández a su entrañable selección de la Escuela del Sur de Torres Garcí­a. Ramis Barquet, de México, eligió obras de Betsabé Romero, que pasó con éxito por Buenos Aires. Brito Cimino, de San Pablo, contó con el aporte notable de Rochelle Costi.
En Miami los coleccionistas de la región se mueven cómodos y crece la oportunidad legitimadora que supone Art Basel para las obras de artistas de esta parte del mundo. El mejor ejemplo fue la apuesta realizada por la galerista Orly Benzacar, única representante de la Argentina, quien fijó una posición estética y comercial con la audaz selección de las instalaciones de Jorge Macchi y Leandro Erlich, que tuvieron inmediato eco entre la crí­tica especializada y el alto coleccionismo. Del mismo modo acertó Cecilia de Torres al exhibir obras de León Ferrari, artista que viajará a San Pablo para mostrar una gran retrospectiva en la misma ciudad donde produjo varias de sus obras más geniales.
La instalación del argentino Leandro Erlich, Glass Store 2005, fue comprada por el coleccionista norteamericano Robert Tomei por 150.000 dólares. El juego de ilusionista al que apela Erlich tiene la irresistible seducción de sus piezas más conocidas como las ventanas exhibidas en la última Bienal de Venecia, seleccionada por Marí­a Corral para el pabellón institucional, o la piscina, pieza histórica del joven artista argentino que compartió años atrás el enví­o argentino a la Bienal de Venecia con la rosarina Graciela Sacco.
Erlich asume que su intención es disparar sobre el espectador una situación imposible a partir de elementos simples y jugando con los efectos ópticos.

(*) Editora de arte, Diario LA NACION, Buenos Aires, Argentina