IVAN NAVARRO

La fachada y retórica escultórica de Iván Navarro

Por Pedro Velez
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IVAN NAVARRO

Fuentes secundarias de información y opiniones sin fundamento histórico que se hacen pasar por verdades constituyen un mal común en las sociedades de hoy en dí­a y son un dolor de cabeza para bibliotecarios y educadores. En Hollywood, o en una fuente de noticias de una nación fascista, la información es un collage masticado de hechos históricos y ficción presentados como un drama épico. Un espectáculo tan convincente que los espectadores pueden celebrar la idea de que no sólo están recibiendo entretenimiento sino también educación. Al igual que la ciencia popular, la obra de Iván Navarro se basa en esta verdad a medias, una zona gris que favorece el florecimiento de la retórica con gracia y estilo en la Cultura Popular.
Trabajando desde una perspectiva minimalista, el artista chileno utiliza el ingenio y el pastiche para desarrollar un retorcido arte post-Pop tercermundista. Utiliza mayormente materiales industriales, tales como tubos fluorescentes, madera, electricidad y vidrio que transforma en monumentos, esculturas, instalaciones y mobiliario ilusionistas. Estos dispositivos hechos con luces fluorescentes, con cubiertas brillantes y cálidas en rojo, azul y amarillo, recuerdan los carteles de neón y las fundas de los discos de la hoy pasada de moda década de los ochenta.
Como el cineasta competente que es, Navarro evita de forma consciente la idolatrí­a de sus héroes, para poder así­ continuar construyendo objetivamente a partir de una narrativa perteneciente a sus predecesores que se encuentra incompleta, tanto desde el punto de vista visual como del temático. Lo demuestra su serie Monumentos a Dan Flavin, en la cual Navarro se apropia de las ideas y formas de algunos í­conos del modernismo como Vladimir Tatlin (tal como fuera reinterpretado por Dan Flavin en su serie de esculturas de luz blanca de la década de 1960) para desarrollar una búsqueda romántica de afinidades dentro del trí­o.
Es imposible saber si Dan Flavin sintió que sus piezas estaban incompletas o si quiso que otro artista completara su homenaje a Tatlin. Pero Navarro se alimenta de las sobras formales y de la historia del arte para desarrollar una suerte de transformación "hecha en casa" de los ideales del modernismo para adaptarlos al hombre contemporáneo.
El mismo tratamiento recibió la banda punk de la década de 1980 "Joy Division" en una pieza homónima (Joy Division). En ella Navarro construyó una mesa para café en forma de svástica para hacer referencia a una "referencia" incluida en una canción que tocaba la banda y que hablaba de los burdeles nazis. La pregunta que Navarro le presenta al espectador tiene que ver con la fachada de los objetos de arte y la forma en la cual las instituciones transmiten los hechos históricos a las generaciones más jóvenes. Lo que Navarro parece criticar no es la integridad de la banda sino la de los fanáticos cuando hace una observación sobre la aceptación de una verdad distorsionada a través de la glorificación de la anarquí­a y los ideales neo-nazis.
A diferencia de lo que ocurre con la experiencia del cine, el espectador de una muestra de Navarro desempeña un papel activo en la interpretación y verificación de los hechos. En The Briefcase (El portafolio), el artista hace alusión a la corrupción dentro del gobierno y en los paí­ses del Tercer Mundo. Un cuchillo afilado con mango verde mantiene al portafolio ligeramente abierto, de modo que el espectador puede atisbar el interior y encontrar una hilera de brillantes bombillas fluorescentes. La luz proveniente de cada bombilla se refleja en el fondo del portafolio. Las bombillas llevan los nombres de 4 americanos muertos durante la era Pinochet.
Aquí­ el espectador pasa a formar parte de la experiencia; el espectador busca la verdad. Pero, ¿dónde está la verdad? ¿Quién tiene la verdad? ¿Y quién fabrica la verdad? El portafolio y su carga de connotaciones van más allá de la imagen del polí­tico/hombre de negocios/lobo disfrazado de oveja; también constituyen un comentario acerca de la infiltración y la colonización, la extorsión y el descabezamiento polí­tico.
En medio de su utilización seria de materiales y técnica existe un sentido de la ironí­a que aparece como una sonrisa tonta en la escultura You Sit, You Die (Se sienta, muere), una silla eléctrica realizada con tubos de luz fluorescente, cordones de zapatos, cables de electricidad, calor, y una lista impresa de las personas ejecutadas en la silla eléctrica en el Estado de Florida. La ironí­a del calor que se desprende de la instalación, la belleza de la estructura y la referencia al paraí­so en la tierra se mezclan en una especie de trampa peligrosa en la que el artista ha presentado en un estilo serio temas de opresión autoritaria de minorí­as.
Con sus fosforescentes colores acaramelados, sus superficies brillantes y su complicada artesaní­a, los ensamblajes de Navarro evocan una perspectiva histórica al promover el deseo y la melancolí­a. El resultado es una obra que, aun siendo de naturaleza polí­tica y sociológica, evade la confrontación. Esta cualidad hace que su obra sobresalga de una larga tradición de arte latino activista polí­ticamente correcto, acusatorio, a veces inquisitivo e ilustrativo, que se desarrolló a partir de fines de la década de 1970. Y esto es algo bueno.

Iván Navarro nació en Santiago de Chile en 1972 y realizó sus estudios de arte en la Universidad Católica de esa ciudad entre 1991 y 1995. Su primera muestra individual fue en dicha casa de estudios en 1996. Desde entonces se han exhibido sus obras en Parí­s, Londres y Nueva York, entre otras importantes plazas artí­sticas. Fue becado por el Gobierno de Chile en 1999, 2001 y 2002. Participó de un programa de intercambio cultural (Gasworks) viajando a Londres para una residencia en 2002. Es representado actualmente por Roebling Hall, de Nueva York.