Víctor Grippo

El despertar de la conciencia

Por Sánchez, Julio
Víctor Grippo
Hay que reconocer que la obra de Ví­ctor Grippo (1937-2001) no es precisamente fácil, pero sin dudas está a la altura de las más profundas de todos los tiempos. Este es el corolario que surge después de visitar la muestra retrospectiva que el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires organizó con sus obras del perí­odo 1971-2001. El artista homenajeado nació en Juní­n, una ciudad de la pampa argentina, en 1936, y en su primera formación no abrevó del arte sino de la quí­mica y la farmacia. Luego derivó su pensamiento a una instancia menos cientí­fica y más poética: la alquimia entendida como herramienta para la evolución espiritual.
Además del concienzudo trabajo de investigación que sustenta la retrospectiva del Malba, hay que considerar la delicada labor de reconstrucción de obras para esta ocasión, que implica conectar papas con electrodos de zinc y cobre, encerrar porotos en figuras geométricas de metal y activar substancias quí­micas, como así­ también la puesta a punto de objetos más tradicionales, si cabe el término. Grippo pertenece a esa raza de artistas que encrespan las mentes más conservadoras; basta recordar aquel episodio con un grupo de concejales de la ciudad británica de Birmingham. En la Ikon Gallery de esa ciudad el artista habí­a presentado unas cuarenta obras que fueron calificadas como basura por los ediles que propusieron destinar las papas a instituciones de caridad. Las crí­ticas demuestran que no es una obra que pase inadvertida, provoca pasiones y rechazos. Todos los abordajes teóricos imaginables dieron cuenta de su producción, el antropológico, el sociológico, el polí­tico, el simbólico y otros tantos; y su obra fue clasificada como conceptual, povera, procesual, alquí­mica y polí­tica. Los ejes conceptuales que marcaron sus objetos e instalaciones son múltiples. Uno de ellos es la transmutación, es decir, la transformación del objeto que conlleva la transformación del sujeto. De una conciencia espiritual amplí­sima Grippo habí­a aprendido que en el universo todo se transforma, lo veamos o no, se pueda medir o conocer cientí­ficamente o no. Prueba de ello son dos obras reconstruidas para esta ocasión. Una es Todo en marcha (Indice del movimiento general de los seres y las cosas) de 1973; consiste en una simple tabla blanca apoyada sobre dos caballetes donde descansan substancias quí­micas encerradas en matraces o expuestas a la oxidación en recipientes abiertos; a primera vista no hay cambios perceptibles, pero al paso de los dí­as hay transformaciones de color y apariencia. Vida, muerte, resurrección, 1980, da cuenta de un pensamiento vivo en las tradiciones mí­sticas más antiguas: la vida es un proceso que continúa más allá del tiempo y espacio percibido por el hombre. ¿En qué formato presenta Grippo este pensamiento? En aquel que todos hemos probado alguna vez cuando en la escuela nos encomendaban estudiar la germinación de un poroto. Encerrados en cuerpos geométricos de plomo (cono, cubo, cilindro, pirámide y paralelepí­pedo) una cantidad de porotos van hinchando las figuras a medida que intentan crecer hasta reventarlas. Luego germinan naturalmente con su tallo y hojas, al cabo de un tiempo las plantas mueren y se pudren; dí­as más tarde aparecen gusanitos vivos. Así­ queda ilustrada la muerte como generadora de vida. La enseñanza no proviene de textos esotéricos sino simplemente de la observación atenta de la Naturaleza, capacidad que el hombre urbano va perdiendo poco a poco.
El mismo sentido se puede verificar en la obra El tiempo del trabajo (2002), una máquina mezcladora de hormigón pintada de blanco que incesantemente gira al compás de los minúsculos estruendos causados por piedras de mármol, arena, cemento y mármol. Hay una evocación clara al constructor y a la albañilerí­a -masonry- que generó la Masonerí­a, la fraternidad secreta nacida durante las largas construcciones de las catedrales góticas. La Valijita de albañil (1980-1995) es una pequeña caja que alberga una plomada, un ladrillo, un cucharí­n de albañil y en el fondo una placa metálica con una figura del tarot, la Torre; lo que prueba una vez más que para Grippo la construcción no es un mero accidente arquitectónico sino un propósito investido del más profundo sentido religioso (en el sentido etimológico de re-ligar, re-unir). El concepto de hacer como vehí­culo de la transmutación está presente en su interés por los oficios y tomó forma de experiencia cuando él mismo (junto al escultor Jorge Gamarra y un campesino) construyó un horno de barro para pan en una plaza pública de Buenos Aires.
En una carta manuscrita que Grippo le envió a Llilian Llanes, curadora de la Bienal de La Habana de 1994, le indica que consiga mesas ya usadas -cuánto más usadas mejor, las más simples y menos decorativas que podamos obtener - para la instalación Mesas de trabajo y reflexión (que en 2002 también se verí­a en XI Documenta de Kassel) que consistí­a en siete (número de totalidad, la suma del cuatro -lo terrenal- y el tres -lo celestial-) mesas melancólicamente iluminadas por sendas bombillas. En una de ellas se puede leer las luminosas lí­neas del poeta Jorge Calvetti: Un domador. No encuentro a quien contarle que en la rodada de esta tarde he muerto; y en otra las conmovedoras palabras de Grippo: Sobre esta tabla, hermana de infinitas otras construidas por el hombre, lugar de unión, de reflexión, de trabajo, se partió el pan cuando lo hubo; los niños hicieron sus deberes, se lloró, se leyeron libros, se compartieron alegrí­as. Fue mesa de sastre, de planchadora, de carpintero... Aquí­ se rompieron y arreglaron relojes. Se derramó agua, y también vino. No faltaron manchas de tinta que se limpiaron prolijamente para poder amasar la harina. Esta mesa fue tal vez testigo de algunos dibujos, de algunos poemas, de algún intento metafí­sico que acompañó la realidad. Esta tabla, igual que otras, y la transubstanciación de.... Las siete mesas tienen un aspecto poco seductor, pero su densidad poética supera cualquier instancia.
Un capí­tulo especial merece el catálogo publicado para esta ocasión. Es el primer trabajo de investigación y producción integral que realiza el Malba con la obra de un artista argentino. Hay textos de talentosos teóricos nacionales y extranjeros, reproducciones a color de obras, material de archivo (fotos personales, de obras destruidas, cartas y manuscritos), una cronologí­a biográfica, y una extensa bibliografí­a. Entre los manuscritos del artista se puede leer destellos de su pensamiento: La muerte debe ser un crecimiento de la Vida (2/VIII/ 89); El mantel debe ser sacado para dejar a la vista la tabla de la mesa (2/VII/84); ¿Rosificar el plomo o plomificar la rosa? (mayo de 1979). Sin dudas esta muestra de Grippo en el Malba es el reconocimiento justo a un gran artista.