Ernesto Berra

Alquimia creadora

Por Fèvre, Fermín
Ernesto Berra

Una multitud de percepciones puebla la obra de Ernesto Berra, que al trasladarlas al contemplador permite desarrollar en él sus propias cualidades sensibles e imaginativas. El artista percibe conceptos que desarrolla con toda su potencia creadora valiéndose de múltiples recursos. Su obra se nos muestra así­, inagotable, ya que nunca termina en sus proposiciones que son, como horizontes abiertos a la percepción.

Sus recursos expresivos son amplios y se dan, tanto en la bidimensión como en el espacio tridimensional. Se vale de los medios más diversos en donde aborda los objetos existentes, en sus configuraciones materiales y fragmentarias. El juego combinatorio de esos elementos y soportes -ya que hay, sin duda en él, un cierto sentido lúdico de la creación- da lugar a nuevos objetos, cargados de intencionalidad simbólica. Por eso son enigmáticos y no se agotan en una primera lectura. Antes bien, reclaman una visión más profunda que alude, con sus misteriosas ambigüedades, a lo metafí­sico.

Es así­ que Berra utiliza lo aparentemente real para desrealizarlo, poniendo sobre el tapete su condición irreal; y por lo tanto, verdadera ya que responde a la pluralidad de perspectivas que la enriquecen y dan realidad. En ese proceso creador que el artista lleva a cabo, hay una actitud reflexiva de notable coherencia y profundidad. Nada responde al acaso espontaneí­sta, sino que es fruto de una meditada elaboración.

Por eso hay en las obras de este artista un evidente rechazo de la deconstrucción nihilista, que tanto ha sido utilizada en las modas estéticas de las últimas décadas y se vale de la fragmentación objetual para elaborar una visión constructiva. En la sí­ntesis de su concepción plástica hay un sentido constructivo dominante. La suya, es una percepción reflexiva animada por una creencia positiva en la existencia entendida como una acción creadora del hombre, a partir del mundo dado.

Los materiales y soportes múltiples que utiliza, sea en el plano como en el espacio, se sustraen a su condición material primigenia para transformarse en una construcción de horizontes nuevos. Los muros dejan de serlo, el perfil urbano aludido en muchas de sus obras, se transfigura en un horizonte imaginario. Aparecen con ello las vivencias existenciales posibles. El artista transmuta los objetos dándoles un soplo de vida espiritual.

De tal modo, en esa transmutación, lo puramente material, sujeto a las leyes destructoras de la temporalidad, se transforma en algo trascendente. Lo puramente historicista se vuelve permanente. Con razón decí­a Heidegger que los poetas echan los fundamentos de lo permanente, sabiendo que esa permanencia queda instalada en la fugacidad del cambio.

Las obras de este artista, tan original y coherente en sus planteos, nos brindan perspectivas de esperanza. Ante tanto desencanto destructivo, celebrado, a veces irresponsablemente como un triunfo, se yergue su obra serena y silenciosa como un canto de esperanza al espí­ritu creador del hombre. Recupera, para nosotros, el valor transformador de la utopí­a, que permite alimentar la necesidad de ilusión que padecemos al hacer posible lo imposible y lograr de la ficción, que es toda creación artí­stica valedera, una auténtica verdad.