Ada Balcácer

SOBRE LUZ Y VIDA EN LA PINTURA DE ADA BALCACER

Por Aspeitia, Ángel

Conocí­ la luz por excelencia, la del Caribe (trópico nada triste) antes de haber viajado a Centroamérica. La experimenté en un cuadro de Ada Balcácer, hace bastantes años ya.

Ada Balcácer

Era el trasunto de un espacio verde, vegetal e intenso, a partir de resplandores amarillos, dispuestos en paralelas como las de una persiana o celosí­a que diese paso a claridades del exterior -un jardí­n, tal vez- con vibraciones libres a lo action painting. He sabido luego que no se trataba de expresionismo abstracto, sino más bien de la naturaleza. Es así­ en su República Dominicana, cuando los destellos se filtran entre las ramas o las hojas. Poner esa obra junto a otras de nuestro Aragón, en España, parece difí­cil. Porque pugna con los tonos museales o con los ocres de estas tierras amarillentas o rojizas. Me impactó entonces de tal modo que no me extraña en absoluto que ese colorismo le haya llevado hasta el énfasis del blanco y del negro, ni que su forma se conecte con el volumen. Pero he querido hablar primero de mi experiencia inicial ante su quehacer y del ámbito donde éste nace. Es evidente la importancia de su experiencia afectiva y su historia estética en la composición de su obra. Dice Ada Balcácer que, tras un largo curso, ya no se sabe cuándo estamos en el espacio-arte y cuándo en el espacio-vida. No hablaré, en cambio, de influjos para uno de los estilos más personales de que tengo noticia, y si cito algún nombre célebre ha de ser sólo por alguna causa concreta. Interesa mucho más lo que reciben los ojos que el posmoderno juego de las referencias. El caso es que Ada Balcácer, una de las firmas -a mi entender- de máximo prestigio en el área, con muy extenso y nutrido currí­culum, desembocaba en nuevos ensayos de luz y, dentro de ellos, su registro tropical aborda el sombreado en expresión de relieves, que ella llama intaglios sobre tela, como acento luminoso del blanco sobre el blanco, al que se opone el negro. Fí­sica y simbólicamente enfrenta los dos polos extremos, de los que no deberí­amos olvidar la ambivalencia. Ambos podrí­an situarse en los confines de la gama cromática. Sin otras variaciones que las escalonadas del mate al brillo, significan tanto la suma como la ausencia de los colores. El primero sintetiza su conjunto al completo. Pero tampoco hay negro sin color: no lo verí­amos. En correspondencia se relaciona con el comienzo y la terminación de la vida. También debemos entender que se considera ese fin como un nuevo inicio. Los dos lí­mites han sido usados para el luto y para el renacimiento. El uno absorbe el ser y lo introduce en su mundo lunar, frí­o y femenino. Pero también es solar y diurno. El otro, negativo y atónico, tenebroso, hace factible que veamos la luz. Incluso se establece paralelismo entre lo blanco y una de las posiciones de mano en la "postura del loto" de Buda, el Iluminado, cuyo mismo nombre resulta revelador para el contexto en el que nos movemos. Además hemos de hallar en la pintora algún tema especí­fico de dicha flor. Pero acaso no convenga sumergirse en el universo de los sí­mbolos, aunque éste siempre se halle presente en el arte, de manera más o menos consciente. Ada Balcácer, a fin de cuentas, parece centrarse más en una teorí­a de la luz y en las experimentaciones que la materializan. Sus propuestas recientes expresan la decoloración óptica que ocasiona el impacto de la luz, por efecto de la cruda peculiaridad del sol en los trópicos. De ahí­ resultan las exaltaciones ya aludidas. Ella las formula como sigue: blanco + blanco = relieve; negro - negro = escala de gris. A partir de 2001 casi cuanto produce se orienta en este sentido. Ya en 2002 plantea una serie sobre tela o papel con un motivo especial: las plantas acuáticas, a las que llama con el nombre cientí­fico "Nymphaea". Con extraña resonancia de una secuencia tardí­a en Monet, quien a través de su descriptiva, casi llega a lo abstracto. Aunque Ada Balcácer marche por caminos diversos. Sea como fuere, a la familia de las ninfáceas, cuyas hojas son siempre grandes y flotantes y sus flores únicas, pertenecen tanto lo que en España llamamos nenúfares como los lotos orientales. La obra titulada "La mujer del loto" incluye figura, aunque sin detallarla, y la coloca en un entorno de agua, entre vegetación propia del mismo. Tiene misterio y hasta quizás las justas gotas de mí­stica. En cualquier caso, calma, paz, vida. Con preferencia por tonos azules y verdes para el espacio y los vegetales, desarrolla bastante complejidad de procedimiento. El sistema de resaltes, como en un repujado, proporciona una superficie táctil y hasta dirí­amos acariciable. Se le unen recortes -negro y blanco pueden actuar en ellos como positivo y negativo- transparencias, zonas granuladas y hasta algún regrueso de materia, de empaste. Para cierre lo elijo como paradigma. Pero la trayectoria no se detiene. Sus valores residen en el alto poder de visualidad, la sabidurí­a técnica y la medida estructura que relaciona estratos diferentes, que entronca unos con otros hasta que se alza un todo sensible y profundo.

*Ángel Aspeitia Burgos es profesor de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza y catedrático de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artí­sticos de Zaragoza, España. Ex presidente de la Asociación Española de Crí­ticos de Arte y actual Presidente Honorario de la Asociación Aragonesa de Crí­ticos de Arte y miembro de A.I.C.A. Desde 1962, ejerce como crí­tico de arte del periódico Heraldo de Aragón. Cuenta con un gran número de publicaciones entre las que se destacan las referidas a la pintura del siglo XIX y al arte contemporáneo.