Bruno Widmann

Vorágines del Sur

Por Bello, Milagros M.
Bruno Widmann
  Seres peregrinos, anónimos transeúntes, hombrecillos miniaturescos, deambulan en inmensos espacios nocturnales. Bandas musicales sobre un plateau, vecinos en las ventanas de un edificio, pasajeros en trenes imaginarios, saltimbanquis, caminantes y testigos vivientes de un territorio urbano devastado, dominados por impactos monocromáticos en grises, negros, sepias y marrones densos. Infinito quehacer humano de una masa indiferenciada y solitaria, apoteosis de nuestra vida contemporánea.
Bruno Widmann es un artista reflexivo, su pintura enuncia la vorágine del ser en su sociedad actual. Masas humanas residuales, capas y capas de individuos que permanecen estáticos, flotan y nos miran, descubriéndonos su testimonial interioridad. Se entrecruzan en las telas las visiones existencialistas de un Jean Paul Sartre o las humanistas de un Kierkegaard: seres deslastrados de su entorno, arremolinados unos a otros, en la indiferencia de las masas; cuerpos deformes o rostros de forma ovoide, inmersos en desérticos espacios, atrapados en el laberinto de una imaginaria urbe actual, que el artista concibe a su manera. Túmulos que semejan edificios, óvalos que recuerdan un teatro, monolitos entrecruzados a la manera de calles o caminos. Es la multitud adocenada en la vorágine de su territorio urbano. Opciones de la vida y del ser en el ultimátum de sus expresiones. Cada obra es un contundente presente social, en la reverberación devoradora de la sociedad postindustrial.
Oscuros escenarios pictóricos predominan, salpicados por sorpresivas pinceladas blancas que hienden el espacio, haciéndolo magní­fico y opresivo. El pintor dialoga con la estética "tenebrista" goyesca y con un Greco de los finales. Los cuadros plantean un ultrabarroco de gran teatralidad, con un claroscuro imponente que quién, salvo un "virtuoso" de la pintura como Widmann, puede lograr.
La espátula, instrumento por excelencia en el trabajo del pintor, produce en las figuras, no el silueteado dibujismo tradicional, sino una mancha libremente expresionista, que las impone ambiguas e imaginarias, de trazo inciso y contundente, afirmando la autogenia crucial de estos seres. Pero el artista no olvida los linajes del pasado. El incesante golpe de la espátula en la superficie de la tela también produce tajantes cortes geométricos en los planos, expandiendo los espacios a infinitos horizontes. Geometrí­as que dialogan con la visión geométrica cézanniana o con el Picasso poscubista de 1934, que el creador sabiamente suscribe.
Widmann también interconecta su herencia con la Escuela de Montevideo, su ciudad natal: la perseverante construcción de los túmulos, cubos, monolitos y gigantescos elementos tridimensionales donde asienta sus individuos, son, guardando las distancias, su creativa mirada al constructivismo de un Torres Garcí­a. El pintor aúna libremente sus conocimientos estéticos para introducir su personal propuesta, perfilada por mitologí­as internas e interioridades ontogénicas: trashumantes de una poesí­a metafí­sica.
Bruno Widmann afirma con su obra la poderosa fuerza del imaginario latinoamericano, proyectando metáforas de nuestra macrosocialidad.