Eleomar Puente

Los Testimonios de Eleomar Puente

Eleomar Puente
Cuando ganó la Bienal del Caribe en Santo Domingo, Eleomar Puente ya se habí­a volcado hacia la actualidad polí­tica y social de su tiempo. Esa práctica entre observación y sátira, signos y sí­mbolos, ha seguido adelante. La coherencia creativa del artista, tanto en ideologí­a como en factura, es una de sus grandes cualidades. La pintura y el dibujo continúan siendo sus medios de expresión, pero dentro de esa permanencia, no falta la experimentación formal, variando sus ficciones, acorde con hechos y circunstancias sobresalientes - o con los que, en el planeta y en su mundo propio, le parecen más importantes.
El compromiso, a la vez estilí­stico, moral e intelectual, desde los inicios se ha rebelado en contra de la (sin) razón del más fuerte y una inexorable violencia, declarada o contenida, que, si se le resiste, destruye. Sostenemos que a la barbarie primitiva de los protagonistas se mezcla una sofisticación exquisita de la factura ¡y las máquinas -sobre ruedas, con alas, remos o hélices- son una simbiosis de ambos rasgos!
Con los años, Eleomar Puente ha ido perfeccionando la técnica, en aquel código del realismo impecable, adquirido en Cuba, que domina la academia y la historia del arte. La evolución ha enriquecido su repertorio de artefactos, conservando un rigor neo-clásico, de la lí­nea al detalle, de la composición al espacio. Compartimos totalmente el juicio de Ingrid Jiménez Martí­nez en su excelente ensayo del catálogo de la exposición Testigo ocular, al ubicar al pintor, como moderno en su concepto del arte y pos moderno en su modo de representación.
Él ha incrementado la sensación de monumentalidad, en su iconografí­a del avasallamiento, pero ya él no nos asombra, y lo afirmamos en sentido positivo. Eleomar logró someter al espectador a una especie de masoquismo que, en cada nueva exposición, anhela paradójicamente encontrar una versión ampliada de los entornos opresivos y sistemas represivos. La imagen, calladamente feroz, cuyo humor rechinante agudiza el mensaje, deleita y divierte. Trátese de un automóvil volador, de un barco sobre ruedas, de una combinación de carro, bote y aeroplano -más cercano al murciélago que al jet, el artista transporta a las ví­ctimas -nosotros de su mundo pictórico-
La condición humana se desarrolla entre la ciudad y el mar, alegorí­a que cabrí­a descifrar como aventura/desventura de los caribeños y otros migrantes, buscando su salvación en el territorio de los rascacielos, luego de cruzar el océano. La pesadilla nunca termina, la libertad no existe en ese viaje de y por la vida. Una obra se llamará Libertad, infinito, deseo, asunto de tí­tulo solamente que desmiente la mordacidad de elementos insólitos, en un ambiente alucinatorio: implacable es su lógica de incomunicación premeditada y de censura persecutoria. Más aun, en la pintura de Eleomar, hasta los enamorados, el hombre y la mujer ya no comunican, hacer el amor es hacer la guerra.
Aparte del mar -que separa y no une, la ciudad constituye el segundo escenario de la secuencia Testigo ocular. Atrapa, encierra, infunde pavor entre sus rascacielos, insoportables de brutalidad y tedio. En esta época, cuando las torres pasean su simbologí­a entre el terror colectivo y la utopí­a arquitectónica, Eleomar Puente, en La señal, las vuelve trampas al acecho, amenazas monumentales, vértigo permanente, y las ventanas se convierten en decenas de cuadros dentro del cuadro. A pesar de todo, esta visión, que es una maravilla de perspectiva, infunde hipnótica fascinación- como toda megalópolis.
Un vehí­culo, pequeñito, percibido desde las alturas, centra finalmente nuestras miradas, y, sí­mbolo de poder, con motoristas y cuadrilla de anónimos, también atemoriza. La escala del carro cambiará radicalmente la obra contundente, Political Project lo polí­ticamente incorrecto, dice Eleomar. ¡No cabe duda de que si nuestro artista perteneciera a un paí­s productor de carros, le encargarí­an diseños para carrocerí­as, como otrora a Frank Stella y Alexander Calder!
Contaminación, hostilidad, robotización, con su carga de fealdad monstruosa, son los valores vigentes. Más allá de Orwell, los derechos individuales han desaparecido. La uniformización se traslada metafóricamente de los cuerpos militares a los cuerpos de edificios. ¡Pobre humanidad, que no tiene escapatoria, cuando en otra obra el automóvil atraviesa el mar, de par en par, como un iceberg! No será sorprendente que el azul, color frí­o por excelencia, y el negro, luctuoso y aniquilador, dominen una policromí­a fina y mesurada.
Anteriormente, calificamos el discurso plástico de Eleomar como fábula pictórica -la fauna no faltaba entonces. Ese panorama fabuloso y fabulesco es hoy más sombrí­o, su moraleja pesimista- si humor y barroquismo no los aliviaran. Tiras cómicas, comic strips y bandes dessinées en francés, Eleomar Puente no deja de evocar en su sistema estético, y la prominencia del dibujo, esa fusión de géneros visuales y narrativos. Principalmente cuando, hoy en dí­a, ese popular lenguaje -a menudo dirigido a los adultos estigmatiza e inquieta.
En fin, más que subversiva, la muestra Testigo ocular, recién presentada en la Galerí­a Botello (San Juan de Puerto Rico), propone excelente pintura y un llamado a la reflexión- si no es demasiado tarde.