Antonio Nava Tirado

Piedra: El Trabajo Escultórico de Antonio Nava Tirado

Por Saft, Marlene
Antonio Nava Tirado
Antonio Nava Tirado (1948) es sin duda uno de los escultores mexicanos más destacados. Pertenece a una muy prolí­fica generación que vivió varios cambios polí­ticos y sociales, tanto en México como a nivel mundial. Curiosamente, no es un artista que haya dedicado su trabajo escultórico a plasmar lo cosmopolita de una ciudad o la crí­tica polí­tica ni la llamada de atención ante ciertos eventos. Sin embargo, sí­ pretende hacer notar que el hombre sigue siendo él gracias al mundo que lo rodea y que la cultura previa jamás es posible deslindarla del artista que es.
Su trabajo es conocido internacionalmente en Australia, Dinamarca, Brasil, Puerto Rico y Canadá. Su obra es una de las más claras expresiones del amor por la naturaleza, las raí­ces prehispánicas y los cuatro elementos, constantes en todas las culturas y vitales para la existencia de la humanidad: el agua, la tierra, el aire y el fuego. En cada obra se ve retratada la cosmovisión de un hombre apasionado por su entorno. Sus esculturas son un ritual a la vida; con formas sencillas y puras logra materializar la creación. La repetición del origen es un acto divino por excelencia, es la transformación del caos en una forma real y lo real es también por excelencia, lo sagrado, que es lo que instaura y hace durar las cosas; lo trascendente que fija nuestra permanencia y realidad en el mundo.
Nava es de los pocos artistas mexicanos que trabajan con la piedra volcánica debido a la dureza que caracteriza a este material; sin embargo, su manera de tallar la piedra denota un gran amor al trabajo y al respeto que éste merece. Anteriormente trabajó como mecánico y en la construcción, lo que habla de su pasión por el trabajo manual y duro. Él, como los ancestros, ha construido, con sus propias manos, la casa de piedra en la que habita su corazón de artista. Ese trabajo, el que requiere de un gran esfuerzo, es el mejor remunerado espiritualmente.
Las esculturas de Nava, aun con la dificultad y paciencia que implica la talla directa a la piedra, logra un trazo limpio e impecable. Retoma elementos prehispánicos, y me atrevo a decir que reinventa su propio tequitqui mí­stico, quasi totémico, pero con la bondad de la influencia del minimalismo. Estas piezas, al parecer sencillas, son de una complejidad de forma, que logra integrarse a la perfección con el espacio. Y gracias al elemento del agua, adaptado en varias de sus piezas, con caí­da natural - debido a la combinación de piedras de diversas texturas, porosas y sólidas - convierte lo duro en lí­quido, y lo lí­quido en sólido, conformando así­ la magia mí­tica de las culturas ancestrales; cada pieza siendo la proveedora al ser y al alma, fuente de brebaje vital. Cada una es única, ya que la piedra nunca será un molde, sino la obra en sí­, conservando un carácter de individuación en cada obra.
El frí­o recorrido de lo que literalmente podrí­a significar el paso del agua sobre y a través de la roca, por mano del escultor, se torna cálido, ya que es una transición llena de erotismo y sensualidad que seduce al espectador, entremezclando virilidad y femineidad en forma unidimensional. Todas la emociones provocadas no se quedan solamente en un plano eventual, sino que, como la escultura de Nava, persisten. Las formas esféricas hablan de movimiento y recorrido, principio y meta, con un camino que es pesado; la roca camina lento, pero no se detiene. A cada segundo de contemplación, el cuerpo sufre del recorrido de la piedra a manera de escalofrí­o detonador de sentimientos encontrados referentes a la identidad con la propia vida.
Las formas orgánicas, principalmente curvas, nos remiten inmediatamente a la realidad corporal del hombre. La obra viene grabada por su propia noción del espacio, concebido como un elemento simbólico y material a la vez; el espacio se moldea así­, de la misma forma que la piedra. Así­, aunque esta pasión lí­tica no es, como materia, algo que por su naturaleza posea vida, Nava se la regala, como dador de vitalidad, y la convierte en cada uno de los cuatro elementos que antes mencionaba. Estas formas primarias tallan su camino a la eternidad, como piezas estáticas por las que el tiempo jamás pasa, siendo la piedra algo que nunca muere, y convirtiendo esta creación en el significado de lo inmortal.
Antonio Nava es un artista experimentado, y aunque posee una técnica impecable, sus piezas no olvidan aún la inocencia de la primera obra. Cada pieza es tallada como si fuese la primera y le hace justicia al duro trabajo que este artista ha forjado con los años. Las piezas de Nava saben a herencia y aprendizaje y son acogedoras a tal grado, que la observación pertinente nos incrusta dentro de ellas y nos hace sentir cómodos y seguros. Hacen que uno desee ser diminuto, adueñarse del espacio y adoptarlas como su mundo.