Pablo Suarez

PABLO SUAREZ - Escaso Margen

Por Costa Peuser, Diego
 
El pasado 31 de marzo la galerí­a Daniel Maman Fine Art abrió la temporada con Pablo Suárez, uno de los artistas vivos más importantes de la Argentina.
Pablo Suarez
El pasado 31 de marzo la galerí­a Daniel Maman Fine Art abrió la temporada con Pablo Suárez, uno de los artistas vivos más importantes de la Argentina. La muestra promete ser una visita ineludible ya que pocas veces como en esta ocasión el artista perfila esa picaresca suburbana, de fuerte impacto visual, enraizada en un arte narrativo cuyos móviles son la cultura marginal y el discurso paródico.
El humor que aceita los mecanismos de la parodia donde la parábola y la fábula recuperan su eficacia, junto con cierto desdén por la teorización contemporánea, parecen llevar al artista a redoblar su apuesta a favor de una obra de compresión clara.
Sus esculturas, que más bien parecen instalaciones comprimidas, se presentan como flashes narrativos que permiten un manso acceso a la invención visual. Ese paso de lo anecdótico a lo eminentemente plástico se produce de una manera absolutamente natural, como quien pone un pie delante de otro para caminar.
No es un realista; su caricaturización de por sí­ cerrada, le permite eludir cualquier tentación de gestualidad expresiva.
Un hilván casi imperceptible lo une a los imagineros coloniales y a artistas como Molina Campos y Gramajo Gutiérrez, a los que admira. Suárez está convencido de que la generación espontánea resulta impensable en el arte, ya que el pasado se contiene en el presente.
El interés por lo social no se manifiesta en formas pietistas. Sus comentarios, bañados de un humor delirante, lo mantienen alejado de la condescendencia lacrimógena.
Entre las obras que se exhibirán en la muestra figuran "Trofeo de Guerra" y "Retrato topiario de Malenka en el parque". Mientras que la primera se compone de cuatro cabezas cercenadas y fijadas en pequeñas panoplias como si fueran cabezas de ciervos en un pabellón de caza (obra que coincide en su espanto congelado con algún texto delirante de Osvaldo Lamborghini), la segunda resulta de un cariz más melancólico; se trata de la figura de una niña que descansa en el cantero de un parque, realizada con 14.000 hojas. Estas dos obras son puntas de una dialéctica romántica y formal que recorre toda la muestra.
"Más tormentoso que atormentado", como lo definirí­a uno de sus exégetas, no elude, por temperamento, la pelea.
Durante los últimos 45 años ha provocado con sus muestras discusiones, adhesiones, encuentros y desencuentros, ha pateado el avispero y sigue haciéndolo. No se alimenta con disquisiciones en torno a la naturaleza del lenguaje, se nutre de lo que asimila en las calles que camina y en las plazas que recorre. Su praxis vital desemboca en su obra, la construye de la misma manera en que se construyen las ideologí­as.
Alguna vez escribió sobre el arte concebido como un código de élites y no fue piadoso. Desconfí­a del simplismo racionalista de algunas interpretaciones. "Cuando miro un cuadro o una escultura -dice- yo no pienso, siento. Las artes visuales tienen una genealogí­a especial. Provienen de una sedimentación prelógica y pregramatical.
La mayorí­a de la gente mira una obra y dice -no entiendo- y pide una explicación, cuanto más compleja mejor. Cuando el pintor de Altamira pintó ese bisonte, yo apostarí­a que nadie preguntó: ¿Qué es? ¿Por qué lo hacés? Porque todos sabí­an de la convocatoria mágica que implicaba la representación y todos estaban pendientes de ella, de ella comí­an, en ella colocaban sus energí­as, porque un llamado es un llamado"
El Suárez de esta exposición, más condensado y seco que en otras anteriores, nos recuerda los versos de Celaya. "Nuestros cantares, no pueden ser simplemente un adorno....estamos tocando fondo..."