Rigoberto Quintana

Construcción y desconstrucción

Por García-Gutiérrez, Enrique
 
La pintura se ha convertido en el medio expresivo favorecido en la reciente producción de Rigobeto Quintana; aliada con construcciones y el medio escénico de la instalación, le ha llevado a generar un considerable repertorio de obra, tan rico en sus imágenes plásticas como retador en su contenido programático y conceptual.
Rigoberto Quintana
La pintura se ha convertido en el medio expresivo favorecido en la reciente producción de Rigobeto Quintana; aliada con construcciones y el medio escénico de la instalación, le ha llevado a generar un considerable repertorio de obra, tan rico en sus imágenes plásticas como retador en su contenido programático y conceptual. El hilo que hilvana la variada propuesta del artista es su mundo figurativo: plasmado en un fantasioso lenguaje que metamorfosea la naturaleza, objetos y personas en una amalgama irreal de espacio oní­rico y realidad atemporal, se da al margen de coordinadas racionales narrativas o descriptivas, y sólo reconoce como parámetros existenciales los lí­mites del lienzo o la superficie que se pinta.
Sus últimas dos muestras individuales, La obra (noviembre de 2001) y El sujeto (julio / agosto 2002), son paradigmáticas de su pensamiento plástico, que se estructura en diferentes niveles expresivos y que sigue un concepto serial no sólo individualmente, sino en secuencia conceptual de exhibiciones. La primera muestra se apropió de la metáfora extendida de un montaje museológico-arqueológico para enfatizar una necesaria postura de observación crí­tica, por parte del espectador, con respecto al "objeto=obra" que se presentaba. Seis piezas de refinada e idéntica construcción "una mesa de madera noble hecha sin un solo clavo, una cubierta de "plexiglass" y el (supuesto) objeto expuesto, un bloque de construcción de concreto" constituí­an la muestra. Al acercarnos a estos módulos, rigurosamente ordenados en simétrica disposición en el centro de la sala de exhibiciones, nos percatamos de que la superficie superior está pintada con acrí­lico con la ya reconocible urdimbre de figuración fantasiosa que se identifica con el talentoso artista. La oposición entre elementos industriales y artí­sticos en La obra, es el discurso que destaca la clara polémica en torno a la calidad y validez estética de la manufactura individual y personal del pasado, y la construcción en masa y mecanizada del siglo XX hasta el presente.
Al apreciar la ejecutoria de Rigoberto Quintana en esta metáfora museí­stica (en verdad una variación del cuadro dentro del cuadro), se intuye la añoranza o nostalgia provocada por la yuxtaposición de oficios artesanales, asociados con el rol de una tradición cultural antigua, vis a vis de los productos de una tecnologí­a en masa que proviene de una fecha posterior a la Revolución Industrial. Su propuesta nos obliga a meditar sobre las jerarquí­as presentes en el ámbito de la creación artí­stica.
En El Sujeto, muestra de siete cabezas en concreto que replican (resultado de un proceso de molde directo) la de Quintana, se pinta la bóveda craneal con la figuración que es su impronta artí­stica y se deja sin pulir el resto de la superficie facial. Tan sólo una fina lí­nea de cicatriz de factura "que baja desde la frente y pasa sobre la nariz hasta llegar al mentón" queda como recuerdo de su gestación artí­stica. El acto de epifaní­a del artista, su aparición y presencia en su arte más que un retrato convencional, se da completo en una sola de las cabezas, pues las otras seis muestran rudos golpes de martillo que desfiguran en distintos grados la cara y las orejas. Análoga a la presentación de la muestra anterior, cada cabeza está montada sobre elegante pedestal, en este caso, de acero inoxidable, terminado en la parte superior con una plataforma de madera rojiza (corazón púrpura), como si fuera un objeto de museo, de cariz tanto arqueológico como de artes plásticas. El leitmotiv de construcción y de-construcción, central al pensamiento artí­stico-estético de las últimas tres décadas y con profundas raí­ces en el Modernismo, es argumento regidor de la plástica pictórica y escultórica de Rigoberto Quintana, que en estas muestras manifiesta su compleja y aguda percepción de la teorí­a y práctica del arte contemporáneo.
Los multitudinarios y polifacéticos personajes y naturaleza transmutada que reclaman atención particular y única en los lienzos de Quintana, pero que nunca fungen tampoco como mera decoración en sus obras escultóricas, tientan con comparaciones de obra fantástica desde el Bosco, pasando por Goya y llegando a Dalí­. Serí­a un error identificarlo con esa tradición que comparte, solamente, en sentido genérico muy generalizado. Quintana, como otros artistas de advocación similar, ni pretende significación trascendental ni comentario crí­tico-social ni asociación subconsciente con sus caricaturescos protagonistas; si burlan las leyes de la naturaleza y sugieren elementos escatológicos, erótico-sexuales y de fantasí­a morfológica, queda el espectador como último intérprete de lo que se pinta. El ingenio de Rigoberto Quintana, su invención y facilidad asombrosa para variar estos ideogramas, va acompañado de férreas disciplinas de dibujo y pintura que adquirió durante sus largos años de estudio en su Cuba natal y que unidos a su incisivo conocimiento de postulados teóricos contemporáneos, le colocan entre los jóvenes maestros de Puerto Rico y del Caribe, en un distinguido sitial de las artes plásticas del momento actual.