JULIÁN BRANGOLD, UN ARTISTA CONTEMPORÁNEO

Por Matías Helbig

Luego de una estadía de más de tres años en Berlín, Julián Brangold (1986) se reinserta en la escena del arte argentino a través del tatuaje y una serie de dibujos que ponen en evidencia la dependencia del hombre posmoderno con la tecnología. Director de cine por la Universidad del Cine (FUC), el pintor argentino –lejos de asumir una postura apocalíptica- busca abordar las problemáticas que suponen el nuevo paradigma tecno-digital , por un lado, y cuestionar la relación especulativa que deviene de la comercialización de obras de arte, por el otro.

Julián Brangold en su estudio de Colegiales. Ph:

Con 31 años, Brangold se ha formado como pintor en talleres de artistas como Guillermo Roux, Claudio Roncoli y Sergio Bazán. Si bien define el cine como uno de los medios artísticos más ricos por su multisensorialidad y capacidad para empatizar con el espectador, después de realizar sus estudios no se introdujo en la industria cinematográfica.

Demasiada gente dedicada a un proceso extenso para la realización de un solo proyecto. En mi caso, el cine funcionaba como un medio despojado de los elementos tradicionales que conforman los relatos típicos del cine comercial. En definitiva, funcionaba como un medio visual en servicio de la creación.  Durante mis últimos años en la universidad me interesaba más filmar y editar cosas en el momento y de forma individual. Comencé a tener una relación de deseo/creación con el medio”.

Asimismo, Brangold sostiene que esa relación que comenzó a tener con el cine eran fruto de una materia dada por Andrés Denegri, eminencia del video arte nacional.   

Lo que más me interesaba era el montaje: siempre tuve esa desesperación de crear automáticamente lo que pienso. Ahora aprendí a tener más paciencia, la pintura implica otros ritmos y me terminé supeditando un poco a sus tiempos y materiales.

Sin embargo, el destino lo llevó por otro lado. Dos acontecimientos clave en un viaje con un amigo pintor lo dejaron en la puerta de esta técnica. “Durante esas semanas en Europa hubo dos acontecimientos clave que me hicieron replantearme mi situación como artista y meterme de lleno en la pintura”, explica Brangold sentado en su estudio de colegiales y agrega: “Entonces entendí lo poderosa que era la pintura y lo valioso que es el vínculo entre el pintor y la obra, muy distinto al del cine”. Esos dos momentos tienen nombre y apellido: Francis Bacon y Lucien Freud.

A partir de allí, Brangold comenzó su formación como pintor que derivó en una serie de acuarelas que lo insertaron en la escena del arte contemporáneo con la representación de Galería Práxis –galería con la que trabaja en la actualidad.

Las acuarelas consistían en la producción de círculos muy pequeños y de colores sobre superficies de un metro y medio por dos metros. Al final del proceso, todos los círculos se unían a través de una línea formando una especie de red. Esa estética de sus primeros trabajos, probablemente influenciada por su fascinación por las infografías y diagramas, aparecen como una constante a lo largo de la obra de Brangold.

Estuve como tres años produciendo y trabajando con Práxis sobre las acuarelas. Pero con el tiempo se volvió una obra obsesiva y comencé a tener una relación enroscada con la obra y con la dinámica del mundo del arte”.  Entre otras cosas, esos fueron los motivos que lo llevaron a Berlín, donde terminó divorciándose por completo con el arte: no iba a muestras, no pintaba, no visitaba museos. Hasta que apareció el tatuaje. 

En la capital alemana, Brangold entró en contacto con un colectivo de artistas plásticos – Noïa- que utilizan el tatuaje como un medio de expresión artística y no como un servicio. Sobre este nuevo medio, Julián Brangold ha comenzado a desarrollar una obra sui generis con lo que respecta a la escena argentina. Utilizando el tatuaje como plataforma artística, sus ilustraciones establecen una nueva relación entre quienes deciden comprar una obra y la obra. Parafraseando al artista, el tatuaje elimina el carácter especulativo que predomina en la mayoría de las compras de obras de arte. En contraposición, la tinta sobre la piel queda para siempre con el comprador.

Desde su llegada a Buenos Aires, la respuesta que ha recibido Brangold, tanto de quienes consumen como de quienes producen arte,  ha sido positiva e introduce, inevitablemente, una interrogante al arte argentino contemporáneo en general.

“A diferencia de las ferias de afuera, en las locales predomina la pintura, las mismas técnicas, colores y temáticas que hace diez años atrás. Es lógico, el mercado argentino lo pide así. Pero tenemos que empezar a abrir nuevas formas de expresión”.

Las palabras  de Brangold no solo son coherentes, sino que describen a la perfección el estancamiento de las artes visuales y plásticas con relación a las técnicas, sobre todo en países no tan desarrollados a nivel tecnológico como la Argentina. De esta forma, la propuesta de los tatuajes también se adecua a la temática que atraviesa el trabajo más reciente de Brangold con la pintura y el dibujo: la relación que tienen los individuos con la tecnología dentro del nuevo contexto universal. Mediante el falseamiento  de los procesos analógicos y digitales en sus cuadros, Brangold busca establecer una confusión donde el espectador no pueda distinguir entre los errores digitales de impresión y los “errores” cometidos adrede. Así, la obra dialoga con la falta de entendimiento que las personas tenemos acerca del avance exponencial de la tecnología sobre nuestras formas de vida y la dependencia, los peligros y las brechas sociales que se esconden detrás de esta problemática que avanza más rápido que nuestro capacidad de asimilación. Bajo estas convicciones, el artista propone que “la nación que logre crear inteligencia artificial primero va a tener supremacía sobre las demás. El problema del tercer  mundo es que al haber menos protección al trabajador, el desempleo que los cambios tecnológicos pueden generar son críticos”. 

En definitiva, la figura de Julián Brangold y su inserción en la escena contemporánea argentina es algo que no debe pasarse por alto. Por un lado, con una visión sumamente posmoderna sobre el entorno del siglo XXI, el pintor explora terrenos profundos que quizá solo el cine –de una forma sumamente trillada y apocalíptica- y, anteriormente, la literatura han logrado abordar hasta hoy; escapando, además, de la apología barrial y partidaria que atraviesan la mayor parte de las temáticas del arte argentino. Por el otro lado, sus ilustraciones se escapan del lienzo y desarrollan una nueva relación con el espectador que desafía la hipocresía del mercado del arte.