CRISTINA IGLESIAS CREA UN MICROCOSMOS CON SUS INSTALACIONES

Bajo la curaduría de Vicente Todolí, presidente de la Fundación Botín Visual Arts Advisory Committee, Cristina Iglesias: Interspaces se exhibe como una exposición individual a gran escala de una de las artistas españolas más reconocidas en la escena internacional. Incluyendo sus trabajos más recientes, la muestra condensa gran parte de la carrera de Iglesias.

Los trabajos de la artista oriunda de San Sebastián se han caracterizado por la producción de un nuevo lenguaje dentro de la escultura. Mediante las contraposiciones entre espacio y tiempo, lo oculto y lo visible, lo poético y lo filosófico, Cristina Iglesias explora el lenguaje escultórico y lo vuelve una experiencia inmersiva a través de sus obras.

Sin título (Techo Suspendido Inclinado). Ph: Kristien Daem

 La obra que da puntapié incial  la exposición es Desde lo subterráneo, obra ubicada en los Jardínes de Pereda, ubicados afuera del espacio de la fundación. Dentro, veinte y una obras de la artistas española ocupan las distintas salas del espacio, construyendo un microcosmos donde cada instalación se vuelve un elemento constitutivo.

RECORRIDO (Propuesto por curador  Vicente Todolí)

 

El recorrido comienza en Desde lo subterráneo, una intervención escultórica de cuatro pozos y un estanque situada en los Jardines de Pereda, y continúa en el interior de la sala con una selección de veintiuna obras de formato monumental, creadas por la artista entre 1992 y 2018.

Recibe al visitante en la sala Corredor Suspendido I, 2006, una instalación escultórica de más de 15 metros de largo dispuesta en forma de L, de unos 8 x 8 m, que inunda el espacio central e invita al espectador a adentrarse en lugares mágicos y sorprendentes por medio de los caminos de reflejos y sombras que crean los textos de J. G. Ballard imbuidos en la pieza, cuando sobre ella incide la luz.

Convive con ella en esta primera sala Pabellón de Cristal I, 2014, un cubo de 4 x 4,70 x 3,10 m que acota de nuevo el espacio en una experiencia sensorial y transitable que vuelve a evocar ese estar en uno y otro lado al mismo tiempo, así como la dualidad mística del individuo. También en esta primera sala se exponen dos de las famosas “habitaciones” de la artista: Sin Título. Habitación Vegetal III, 2005, una gruta natural de exuberante vegetación tallada en resina, polvo de bronce y fibra de vidrio; una pieza que incita al espectador a recorrer una serie de pliegues que frustran la posible mirada al exterior con una percepción de la perspectiva totalmente distorsionada por la forma en la que debe recorrerse, y Sin Título. Habitación de Acero Inoxidable, 1996, de majestuosas proporciones, cuyo exterior pulido refleja el universo que la rodea de una manera igualmente deformada.

En diálogo con los Jardines de Pereda se encuentra en un extremo de la sala uno de los famosos techos suspendidos de la artista. Pasaje I, 2002, una obra tejida en esparto de 9 x 4 m de dimensión que transforma el espacio arquitectónico y consigue que esta nueva acotación espacial redimensione nuestra percepción del volumen interno y del paisaje externo. Así se introduce parte de la naturaleza en la propia sala, casi como un techo orgánico, al permitir que podamos ejercer una mirada al vacío a través de los espacios que generan las planchas que componen la instalación.

Para sumergirnos en el resto de piezas que componen la exposición, el recorrido dispuesto en esta segunda planta del volumen expositivo del Centro Botín nos hace transitar por dos salas centrales. En la primera podemos entender el origen de algunas de las creaciones de Cristina Iglesias, con sus famosos polípticos comenzados a finales de los noventa y con uno de sus techos suspendidos. Sin título. Techo suspendido inclinado, 1997, de 15 x 915 x 600 cm, ayuda, ya de entrada, a sumergirse en un pasadizo sensorial que deja de manifiesto el doble juego de la artista, entre acotaciones espaciales y aparentes mundos infinitos. Redimensiona a su vez la lectura de las seis serigrafías de grandes dimensiones (polípticos) anteriormente citadas, que juegan al ilusionismo de mostrar lugares reales partiendo de maquetas en miniatura.

Son, pues, finitud e infinitud, dos puntos contradictorios que el visitante terminará interiorizando inconscientemente durante el recorrido expositivo propuesto, ya que el espacio, acotado por las piezas, cobra una nueva dimensión de unidad que genera una relectura de las salas y de la propia escala del individuo que resulta inquietante.

La trayectoria de Cristina Iglesias ha mostrado cómo la creadora se ha ido decantando por la investigación que se establece en el contacto con los materiales, las transferencias entre unos y otros, desde la seda a las impresiones, pasando por el acero, el cemento y la fundición en bronce. Así, Iglesias juega con el dejar ver y entrever, imaginar o deducir, como partes potentes y comprometidas en el significado de su creación, que nos describen ese «un otro lado» cargado de reflexión personal por parte del espectador.

En la segunda sala central se exponen seis piezas, todas ellas creaciones de una madurez formal y un lenguaje altamente reconocible en la artista. Entre ellas podemos destacar sus célebres estructuras enrejadas, que se caracterizan por enmarcar el vacío y regular el ornamento que lo contiene aludiendo siempre a algo natural, ya sea físico (ramas, celosías) o etéreo (espacio, luz), o vinculado a esa otredad con un paso por lo natural.

Según nos vamos acercando al final del recorrido nos encontramos con Sin Título, 1993-1997, de 245 x 365 x 70 cm, un tapiz curvado sobre un panel con una escena de caza que se ve en la plancha y que parece despegarse de ella, casi como el rodillo de un tórculo de enormes dimensiones que extrae la imagen de la plancha de metal. Una pieza clave, ya que alude casi de manera directa a un modo de trabajo artístico que tiene que ver con la reproductibilidad de la imagen y con ese trampantojo que la artista crea con sus piezas. Es esa imagen, y no la verdad, lo que nos permite ver con su creación la idea sugerida.

Cierran el recorrido dos piezas, una de ellas de tamaño monumental: Pabellón Suspendido III (Los sueños), 2011-2016, entrelazado con textos cuyo techo, atravesado por la luz, proyecta en el suelo y las paredes las palabras de manera ilegible, transformando el lugar que habita. En este caso, es la intensa luz de la bahía la que se extiende por los espacios de la instalación. La ubicación escogida es sin duda uno de sus fuertes. La artista reflexiona así sobre la importancia de que sea legible, como ella misma dice: «En cierto momento, necesitas tanto tiempo para descifrarlo…, y es como estar en la cárcel y decir que tendrás tantos días y tantas noches en la cárcel». Cárceles de emociones que, aun así, dejan respirar por los vacíos.

Como broche final, y con una ubicación específica en el apéndice acristalado de la sala, tenemos la obra más reciente de Cristina Iglesias mostrada por primera vez al público. Growth I, 2018, de 295 x 330 x 330 cm, es una pieza cilíndrica, abierta y compuesta por un crecimiento rizomático de formas pseudonaturales que encierran entre ellas masas cristalizadas con color. La luz, al atravesar esta superficie, proyecta el color del cristal y los huecos entre las raíces en el centro del espacio creado.