Aníbal Vallejo

Duque Arango, Medellín

Por Camilo Chico Triana | mayo 16, 2013

En la reciente serie de pinturas de Aníbal Vallejo, se perciben diversas referencias a la historia de la pintura, entre las que se pueden enumerar las siguientes:

Aníbal Vallejo

Nymphéas. Effet du soir (1897-1898) de Claude Monet, Dance (I) (1909) de Henri Matisse, Le Premier consul franchissant les Alpes au col du Grand-Saint-Bernard (1800) de Jacques-Louis David, Le Déjeuner sur l'Herbe (1863) de Edouard Manet, Domestic Scene, Los Angeles (1963) de David Hockney, o Portrait of Marie-Louise O'Murphy ( ca 1752) de François Boucher. Estas son dibujadas en algunos casos con pintura, en otros con bordado, y están sobrepuestas sobre manchas de color, que en la mayoría de los casos contextualizan estas referencias con experiencias del artista.

No es ajeno el interés del artista por los temas clásicos de la pintura; todas estas imágenes consignan la representación de paisaje para Vallejo, aquel género de la pintura despreciado por señorero (actividad destinada a ser realizada por las señoras), tal como él mismo lo dice, pero que históricamente encierra categorías de placidez, belleza e inmensidad. Y sus inquietudes sobre el paisaje van más allá de la observación del horizonte en la naturaleza y todo lo que se encuentra entre el aquí y ese allá; se encierran en las construcciones humanas que impiden divisar aquel horizonte, esos muros que detienen el paisaje y que resuelve con grandes manchas de color, ubicando sus representaciones en el espacio interior, que puede ser el suyo propio o referencias al período barroco, recordándonos la premisa moderna de la ventana de Baudelaire, aquel que observa la ventana no desde adentro hacia afuera, sino viceversa, y descubre que en ese espacio negro o luminoso vive la vida, sueña la vida, sufre la vida.

Y es precisamente en la configuración de estas pinturas que se van generando aquellos plácidos lugares que Vallejo pretende mostrarnos, aquellos que se componen por trozos de su cotidianidad, su sueño, o sus mediatizaciones de la historia del arte realizadas por el más íntimo de sus recursos, el bordado. Lugares que alternan y coexisten con la realidad, y que fueron concebidos en la cabeza de los hombres, o a decir verdad en el intersticio de sus palabras, en la espesura de sus relatos, o bien en el lugar sin lugar de sus sueños, en el vacío de su corazón; me refiero, en suma, a la dulzura de las utopías, tal como lo dijo Michel Foucault en 1966, la otra gran referencia de esta exhibición, que la direcciona y a la vez la cohesiona.