Eduardo Basualdo

La Bienal de Basualdo

Por Javier Villa (Buenos Aires)

Sentado en un bar de Buenos Aires a mediados de julio, la 56ª Bienal de Venecia pareciera ya un evento lejano. Sin embargo, se trata de una edición importante para la escena argentina, a la cual valdrá la pena volver para tener mayor información y posicionamientos sobre la obra de los tres artistas de este país que fueron invitados a participar de la exposición All the World’s Futures, curada por Okwui Enwezor.

Eduardo Basualdo

Ellos son Ernestos Ballesteros, Ana Gallardo y Eduardo Basualdo. Este último es quien se sienta a mi lado en un establecimiento olvidable del barrio de San Telmo. Es el más joven de los tres; tiene 37 años y está atravesando un momento de buena visibilidad internacional. Tomamos la decisión de ir al punto: hacer foco extremo sobre las piezas exhibidas en la bienal. Llegar a una profundidad aceptable aislándolas del contexto del evento, e incluso recalando muy pocas veces en las posibles relaciones con sus obras previas. Como si ese bar a 11.594 kilómetros de Venecia fuese un laboratorio aséptico para entender al objeto de estudio sin contaminantes.

Su presentación fue una constelación de cinco piezas: cuatro en el espacio expositivo y una edición de artista que él mismo entregaba en mano. “En general, trabajo en mi taller desarrollando piezas que son como islas. Trabajo intuitivamente con pequeños y grandes conceptos y a la hora de hacer una exhibición armo un universo con ellos, ahí se arma el relato, que es una pieza más. Hay algo de dramatúrgico y de curatorial, aunque yo genero los elementos. Son conceptos que unidos unos con otros arman tal o cual historia. Enwezor me invita con tres piezas; lo fuerte del asunto es que hace el mismo trabajo que vos, de unir piezas, pero sin el centro de tu idea. Lo que elige no necesariamente es consecutivo y tengo que equilibrarlo, y ahí es donde le ofrezco Grito. Es un trabajo que me sirve para armar el espacio; en cualquier exposición si vos no armás tu propio ámbito sos arrasado”. Aquella idea del primer párrafo, de aislar la obra del contexto, pareciera ahora un deseo arbitrario. Es que en una bienal caótica, con pasillos laberínticos cargados de literalidades, con buenas obras de buenos artistas pero mal exhibidas, sin sorpresas ni manipulaciones emocionales, la primera buena decisión de Basualdo fue proteger la metodología curatorial de su trabajo; dejar que el curador elija, pero tener la última palabra para que nada se derrumbe: poner él la clave del arco.

Grito funciona como muro para atrapar al espectador; es una obra protectora que apuntala a todo el resto. Justamente, se trata de cinco barras de hierro que van de piso a techo. En sus centros tienen un papel lleno de pliegues; un papel atravesado por una línea de grafito quebrada, del mismo grosor que la barra. “Cómo encontrar en un línea espacios escondidos y cómo aplicarlo en términos arquitectónicos. Las piezas de Venecia son ejercicios prácticos para probar fuerzas que tenemos los humanos para interactuar con el mundo material y modificarlo. En este caso era cómo quebrar una barra de metal con un lápiz y un papel y dónde hacerlo…eso sucede en un plano, desde mi punto de vista, de la imaginación”, y continúa: “La realidad se imprime sobre ciertos pliegues, sobre ciertas estructuras que ya tienen ciertas trampas, ciertas condiciones que uno desconoce pero que están. El pliegue ya está dado, el territorio ya está condicionado y la línea negra es tu aporte”. De nuevo, el contexto: en una Bienal mayoritariamente pesimista, donde todos esos futuros del mundo están plagados de la violencia del presente, con obras cuyas estrategias fueron la puesta en visibilidad y denuncia directa de esa violencia, Basualdo apela a una base utópica sencilla, como recordándonos de qué se trataba todo esto del arte: con la imaginación podemos quebrar lo real. Pero no lo hace dibujando un arcoiris. Las barras de hierro son un soporte para los dibujos, un elemento arquitectónico, un apuntalamiento pero también un empalamiento de esos dibujos, o una grilla carcelaria –tipología ya usada previamente por el artista. A su vez hay una clara violencia sobre el material, la línea fuertemente marcada sobre un papel forzado a retorcerse. “El papel es una radiografía, pasa a ser un lente por el cual miramos ese metal y lo vemos en otro estado de la materia, como un salto dimensional. La bienal hablaba de los futuros posibles, y las acciones que podemos hacer sobre la materia, la violencia sobre el material es una manera que tenés de construir tu propio futuro. De no depositarlo ni en manos de la religión, ni la tecnología, ni la política ¿qué podés hacer vos para transformar tu entorno? La violencia es parte de nuestro motor creativo. El trabajo es cómo canalizar la violencia para que no arrase con todo. La violencia la tomo como algo indiscutible, una energía elemental. En todas mis piezas busco una energía en ese estado a la hora de exhibirlas, no sólo como pregunta filosófica. La violencia te pone alerta y es un código universal, entendido por todos”.La piezas de Basualdo son claras y sintéticas, pero no dejan de tener una compleja polisemia. Incluso si uno se olvidara del relato de Grito y fuese hacia una lectura autorreferencial del lenguaje plástico (el juego de dimensiones y materiales, la relación entre topología y cuerpo, acción y representación, dibujo, escultura, instalación y arquitectura, entre tantas variables), la obra, a pesar de un pretendido universalismo, se plaga de un juego de referencias para el espectador argentino, sobre todo de artistas locales como Lucio Fontana, Liliana Porter, Jorge Macchi o Luciana Lamothe, entre tantos otros.

Si bien Grito es una obra protectora, a su vez es protegida. Alba es su compañera ideal: para un espectador desprevenido, rescata a la primera de un mero ejercicio de lenguaje visual para balancearla y devolverle el relato, expandir su poética. Es una puerta de madera, de pie, exenta, que fue lijada insistentemente en el mismo punto de sus dos caras hasta ser traspasada. “si la herramienta de Grito es la imaginación, la de Alba es el tacto; la insistencia de un gesto mínimo, físico, hecho con tu cuerpo, que puede llegar a trascender los límites materiales con los que estamos acostumbrados a lidiar. El límite que es físico, como una puerta o una barrera, pasa a ser temporal. Tu poder está medido por el tiempo que tardás en atravesarlo, no si podés o no, poder podés”. A diferencia de los barrotes duros, rectos y carcelarios de Grito, la puerta de madera apela a una poética más íntima y romántica. Atravesar las propias barreras con un otro, atravesar tu umbral. “ Alba es una sola, Grito es múltiple, es un colectivo, la regla es para todos y la evolución es personal”.

Los sentidos continúan su expansión, y no sólo gracias a Alba. Cómo volver a casa es tan simple como un papel doblado al medio y una línea de grafito dibujada que respeta el surco. “Aquí coincide el pliegue de lo físico con la intención ficcional. Te digo lo que te quiero decir. Intención y lenguaje van de la mano. Se trata de como calibrar el deseo. Si el mundo es exactamente como lo deseamos, nos dejamos de joder con un montón de cosas, por ejemplo la seguridad, la cantidad de dispositivos que hay para controlar el cuerpo. El ser humano de por sí no se pone de acuerdo. La ley no sigue al comportamiento”. Justamente, el mundo funciona como Grito: si la ley es una línea, si es esa barra de metal, la realidad para Basualdo es el papel con sus pliegues e intersticios, a veces visibles y otras no.

Las últimas dos piezas, Amenaza y Juramento, trabajan sobre el poder preformativo de la palabra, su capacidad de modificar el entorno desde la inmaterialidad. Juramento es un dibujo sobre papel donde Basualdo pasa insistentemente su bolígrafo en la parte del filo del cuchillo, hasta que el papel es agujereado. “ Juramento tiene el mismo procedimiento que la puerta; una representación que deviene real por insistencia. Pero deviene real su función. Es un lenguaje preformativo, el lenguaje equivale a un hecho físico, como el casamiento, el juramento o una amenaza. ¿De qué manera, entonces, se puede representar el filo que tiene el lenguaje para modificar algo?” En Amenaza, el mango sin hoja de un cuchillo, de pie sobre una mesa, entrega una sombra del cuchillo completo. “El filo invisible del lenguaje no es material pero incide sobre la materia. Vos podés modificar un comportamiento a través de la palabra. Acá buscaba llevar al espectador a mirar el cuchillo para ver si realmente estaba ahí: mirar lo invisible, mirar donde no hay nada para ver, concentrarse en esa nada”

Ver lo que no está, encontrar los intersticios, pasar a otros planos dimensionales de la materia sin pisar en la simulación. La constelación de Basualdo en Venecia tiene claridad conceptual y limpieza estética, como también la habilidad de performatizar lo que el artista busca: hacer foco en aquello que no es percibido en la superficie; ir más allá de lo visible a partir de la contemplación y la racionalidad. Son obras sintéticas sin dejar de tener sus intersticios, sus rincones ocultos y sus complejidades. Trabajan sobre algo necesario, por inevitable y sincero (en sus propias palabras, sobre la pulsión de controlar este monstruo en el que estamos sumergidos).