RONALD MORAN

La Transparencia del Mal

By Bello, Milagros
RONALD MORAN

El simulacro es el signo primordial en la obra de Ronald Moran. Son instalaciones que muestran el ambiente hogareño de una cocina con todos sus utensilios y muebles, recubiertos totalmente por algodones industriales blancos. El resultado es un ambiente totalmente estático y gélido. No hay personajes ni signos humanos, solo trazas de sus ausentes ocupantes en el desacomodo de los utensilios y de los muebles. Sobre la mesa de comer, los platos y cubiertos aparecen dispersos de cualquier manera, indicando que alguien ha comido y ha pasado por allí­. Un gran cuchillo reposa sobre la mesa. Las sillas aparecen desordenadas, como si alguien se hubiese levantado intempestivamente. Sobre una de ellas cuelga un grueso cinturón masculino, terminado en una inmensa hebilla de metal. El fregadero contiene ollas y otros utensilios que no han sido limpiados. Lo mismo ocurre sobre las otras superficies de los gabinetes y de la estufa, donde tarros y sartenes dispersos por doquier reflejan la intensa actividad y el paso por el lugar de sus ocupantes. La mesa de planchar al otro costado muestra una maciza plancha blanca. El resultado es un apacible cubí­culo blanco colmado de inocentes objetos cotidianos.
Sin embargo, de este inocente territorio doméstico emana un aura prostética, inquietante y falsa. Llama la atención el sutil desorden de los objetos y la extraña dejadez en la limpieza. Con una mirada más detenida, observamos que algo ha sucedido en este espacio solitario y neutro. En la calma aparente de este gélido territorio se oculta un grave suceso. Hay en él un impenetrable secreto. En la inocente monotoní­a y la aparente banalidad de este espacio í­ntimo se esconde una gran violencia. En los objetos culinarios subyace una velada fatalidad. Una resonancia potencialmente agresiva emana de ellos. En su inquietante desacomodo, estos objetos de conocido uso diario, connotan armas, dagas o mazos, potencialmente usados en la violencia doméstica. Profundizando más en sus virtuales usos, el cinturón masculino con su fuerte hebilla de metal colgando de la silla -usado para azotar o herir- el cuchillo de gigantesca hoja -usado para apuñalar-, las ollas y sartenes- usadas para golpear, el machete -usado para cortar, cazar o matar-, se identifican como artefactos de agresión que en sus agudos filos o sus amenazadoras puntas enfatizan una geometrí­a fálica capaz de herir con su penetración violenta. En un contexto simbólico, estos utensilios apuntan a la agresividad masculina. Por otra parte, la cocina, más que un espacio real, es el lugar en el que se gestionan los roles y la identidad femenina. En este contexto, la cocina en desorden, la dislocación de los elementos culinarios, el desorden general, revelan una perturbación y una dislocación de lo femenino. Los perturbados elementos de esta cámara prostética se presentan como señales de una abismal batalla, de una fatal confrontación doméstica. El sujeto masculino, destacado por la fálica connotación de los utensilios, es el principal actor de este drama escondido, es el ejecutor hegemónico de este crimen perfecto. En el otro polo, el sujeto femenino, metaforizado en la perturbada domesticidad de la cocina, está planteado como entidad invisible y desposeí­da de su lugar. La obra se transforma en una mise en scene de confrontaciones inarticuladas. La cocina, en su opacidad translúcida, es el lugar de una catástrofe doméstica: plantea el binomio de lo masculino-lo femenino marital, en la transparencia del mal, en la apoteosis de la violencia, tal como lo definirí­a Jean Baudrillard.
La instalación es una vitrina virtual que revela el violento pacto entre los sexos, debatido entre la sumisión y la resignación femenina y el hegemónico y violento patriarcado masculino. Cada uno de los elementos de este universo artificial apunta a una paradoja maléfica. Los instrumentos culinarios, que per se definen al sujeto femenino y a su territorio son, sin embargo, en un segundo nivel de connotación, signos localizadores de la brutalidad y la virulencia del hombre. El artista define aquí­ una reflexión ética que cuestiona roles contrapuestos contemporáneos: la violencia masculina que desencadena la barbarie y el mal, y la reivindicación del sujeto femenino. Cabe preguntarse entonces desde este planteamiento, y en una indagación hiperbólica: ¿Es que la negociación entre los sexos no tiene salida?
Cada uno de los elementos de este universo artificial es una figura metafórica. Por extensión, fragmentos sucedáneos de éste son propuestos como nuevas obras: machetes, cuchillos, ollas, totalmente cubiertos de blanco, colocados en cajas transparentes de acrí­lico, surgen en su inocente apariencia como objetos cosificados o reificaciones culturales de la misma problemática.
Ronald Morán revela aquí­ una aguda conciencia sobre una condición social crí­tica: la violencia doméstica femenina en la transparencia del mal.

Referencias :
Baudrillard, Jean. Le Crime Parfait. Galilée, Paris: 1995
El Otro Por Sí­ Mismo. Anagrama, Barcelona, 1988
La Transparence du Mal. Galilee, Paris, 1990

Ronald Morán nació en Chalchuapa, El Salvador, en 1972. Desde 1990, ha presentado una docena de muestras individuales en Costa Rica, El Salvador, Guatemala y México, y participado en más de 40 exposiciones colectivas en Canadá, España, Francia, Inglaterra, México, Taiwan y los Estados Unidos, además de participar en prestigiosas ferias de arte internacionales, entre ellas, Art Miami (2002 y 2005), I Feria Internacional de Arte Contemporáneo de Monterrey, México (2002), y Primera, Segunda y Tercera Bienal de Pintura del Istmo Centroamericano (1998, 2000 y 2002). Ha sido distinguido con distintos premios, entre ellos el Primer Premio, Concurso Nacional para Artistas Jóvenes de El Salvador Palmarés Diplomat (1998), Premio Joven Talento del Año, otorgado por el Consejo Nacional del Arte y la Cultura de El Salvador (1994). Actualmente vive y trabaja en San Salvador, El Salvador, y lo representa Klaus Steinmetz Arte Contemporáneo, San José de Costa Rica.