Raúl Díaz

Pintura en tránsito

By Molas, Verónica
Raúl Díaz

El universo se ha hecho y se hace por sí­ mismo, perfilándose con sus propios elementos...

Gian Ruggero Manzini

No hay otra metáfora más clara en la pintura de Raúl Dí­az que la condición de extrañeza en la que se encuentra inmerso el hombre actual; una idea que en la escultura se instala con más fuerza y preocupación, allí­ donde a uno de sus personajes le pesa sobre la cabeza un cubo azul.

A lo largo de una década, la silueta del hombre perdió definición en la superficie pictórica sustanciosa de Dí­az, quedando en trabajos de los últimos años, como una huella o una presencia subterránea; una escena representada a través de ambientes que pueden percibirse como naturales o artificiales.

Pintura sobre madera o su reverso, talla pintada, dos facetas en la obra del artista que cada vez tienden más a confundirse en una misma manifestación. Siendo el dibujo, antes y dentro de la obra, una partitura que marca la aparición del hombre en el plano.

El dibujo y el tótem escultórico son los satélites que el artista designa para su pintura, abriéndose camino a nuevos destinos, reinventando las bases de sustentación de un lenguaje que mantiene en alto la bandera. Sometiéndose a los imperativos de la renovación, pero sin olvidar lo esencial de ella. Una pintura que como un cuenco, está dispuesta a contener nuevos elementos, nuevas perspectivas.

Aguas mansas que al observarlas con detenimiento se advierten turbulentas, aguas que contienen cielos, la diferencia entre el cielo y la tierra desaparece de los paisajes metafí­sicos de Dí­az, donde la única referencia posible es la existencia de un ser humano capaz de nombrarlos.

En medio de la inmensidad, el hombre que aguarda respuestas; una réplica del artista que tira lí­neas con su acto de pintar, un acto poético, una amarra en medio del vértigo de la imagen, mar revuelto que puede llevar igualmente a enriquecer o a perder el rumbo.

El lenguaje pictórico es el manifiesto que elige este artista, pero su pintura (que es escultura en sentido transitivo) es un terreno que pide cada vez más agua. Ávido de recursos, su discurso evoluciona sin dejar atrás lo ganado.

Dí­az acarrea en su pintura sedimentos invisibles a primera vista, componentes que tornan densa, profunda, una imagen que se presenta en este momento del artista, altamente depurada, llevada prácticamente al absolutismo del blanco o de algún clima dominante, en algunas obras, o a la evanescencia del color, en otras.